ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 4,32-5,8

Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma. La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene le cólera de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz;

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol Pablo pide a los efesios que sean benévolos los unos con los otros y que vivan la misericordia dispuestos a perdonarse mutuamente como Dios nos perdonó. La comunión con Dios exige la comunión con los hermanos. No se puede separar a Dios de sus hijos. Nosotros tenemos que abrir nuestro corazón al amor de Dios. El apóstol pide a los cristianos de Éfeso que sean "imitadores de Dios, como hijos queridos" y que caminen "en el amor". Y una vez más muestra el porqué de un comportamiento así: "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó". El creyente "vive en el amor", porque Dios es amor. Pablo reanuda sus exhortaciones concretas, que ahora se centran en un vicio muchas veces denunciado por la polémica judía y más tarde cristiana ante el paganismo: la fornicación y sus derivados, la impureza y la codicia. Todos estos comportamientos -dice Pablo- deben alejarse de la vida del cristiano. Y no solo eso sino que no deberían ni siquiera nombrarse porque manchan la santidad del cristiano, es decir, su total pertenencia a Dios y no a sí mismo. Hay que eliminar también la obscenidad, es decir, el modo indecoroso y ambiguo de hablar. Todos estos comportamientos esconden una idolatría. El creyente no debe dejarse engañar por quien plantea razonamientos necios. Estos, junto con los que han rechazado a Dios, son los "rebeldes". El discípulo, en cambio, es "hijo de la luz", hijo del Evangelio: "Sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz". Ese es el vínculo entre el don recibido y el compromiso que de él se deriva. No podemos, pues, permanecer en la oscuridad de la resignación y de la autorreferencialidad. "Despierta tú que duermes -escribe Pablo-, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (5,14). Los cristianos están llamados a dejarse inundar por la luz del Resucitado y a transformar el mundo venciendo la insidiosa tentación de resignarse al poder del mal. Por eso no tenemos que comportarnos de manera desconsiderada, es decir, como personas que han perdido la inteligencia del Evangelio y han olvidado la fuerza del amor. La advertencia a no embriagarse es un toque de alerta para que las modas del mundo no nos aturdan, mientras que actúa con sabiduría quien se llena del Espíritu, que lleva a manifestar la alegría con salmos, himnos y cantos espirituales.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.