ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 14,1-3.4-5

Seguí mirando, y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él 144.000, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Y oí un ruido que venía del cielo, como el ruido de grandes aguas o el fragor de un gran trueno; y el ruido que oía era como de citaristas que tocaran sus cítaras. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender el cántico, fuera de los 144.000 rescatados de la tierra. Estos son los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Estos siguen al Cordero a dondequiera que vaya, y han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se encontró mentira: no tienen tacha.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras la visión de las dos bestias, Juan ve una tercera visión: el monte Sión, sobre el que se erige, glorioso, el Cordero Cristo, que vuelve plenamente en escena. Sabemos que en su simbolismo el Cordero indica docilidad y expresa un destino de sacrificio pascual. Así pues, es el signo apropiado para Cristo, por su muerte en cruz (es "inmolado") pero también por su gloria pascual. Se le representa "de pie" sobre el monte del templo. Estar de pie es signo de victoria y de gloria. Sión se convierte en el punto de convergencia de toda la comunidad redimida por la sangre del Cordero. Por las laderas de aquel monte sube la inmensa procesión de los elegidos, los justos, los mártires. La oposición con la anterior procesión de seguidores de la Bestia es evidente: aquellos tenían impresa la marca de la esclavitud y de la violencia; estos, en cambio, llevan el sello de Dios y de Cristo. Por más que el mal se abata contra los creyentes, nadie puede separarles de la mano de Dios. Los ciento cuarenta y cuatro mil, más que representar a la comunidad que ha llegado al cielo, representan a los creyentes que están todavía expuestos a los ataques del Enemigo. Son los cristianos fieles a la escucha del Evangelio y que perseveran en su actitud de seguir al Señor "adondequiera que vaya", hasta la muerte, hasta el martirio. Son "las personas rescatadas" y, por tanto, son propiedad y posesión del Señor: "son vírgenes", es decir, no se han contaminado con los ídolos de este mundo (la fornicación es siempre el símbolo de la idolatría). Estas -continúa el apóstol- han sido "rescatadas como primicias para Dios y para el Cordero". No serán abandonadas al ciego destino del mundo; en su frente está marcado el nombre de Dios y del Cordero, no el de la Bestia. Ellas, y solo ellas, pueden comprender el canto que baja del cielo (es la comunión con Dios y los santos) y unirse en la alabanza al Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.