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Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de san Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en la India y el Japón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 3 de diciembre

Recuerdo de san Francisco Javier, jesuita del siglo XVI, misionero en la India y el Japón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,21.24-27

«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús está terminando el Sermón de la Montaña está llegando a su fin y compara a los que escuchan y ponen en práctica sus palabras con los que solo las escuchan. Jesús advierte claramente que esas palabras no son una exhortación moral, sino un "fundamento", en el sentido de que fundan la nueva vida del discípulo. El Evangelio es la verdad, la sustancia, la realidad más sólida para vivir. Podríamos decir que en un mundo cada vez más líquido, a merced de los sentimientos individualistas, las palabras del Evangelio son la verdadera roca sobre la que construir la propia vida, la de la comunidad y la de la sociedad misma. Jesús propone dos imágenes opuestas: "El que oiga... y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca" mientras que "el que oiga... y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena". El ejemplo continúa: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquellas dos casas. Jesús habla de las tormentas de la vida: las tentaciones que nos asaltan, las dificultades que nos acechan, los problemas que nos molestan, etc. Podríamos decir que en la tormenta de la pandemia y la incertidumbre del futuro, la casa edificada sobre la roca, es decir, una vida vivida en la fidelidad al Evangelio y en el amor, permanece firme; en cambio, la otra casa, la casa edificada sobre la arena, se derrumba inexorablemente. ¿Y qué es la arena sino los innumerables granos de vicios, defectos, instintos -todos mínimos- que llenan nuestros corazones y mentes, haciendo nuestra vida a menudo vacía y banal? La Palabra de Dios está, pues, en el fundamento: hace estable la casa y la ilumina para que esté al servicio del Evangelio y de todos, especialmente de los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.