ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,40-45

Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.» Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús seguía predicando la llegada del reino de Dios y curaba a muchos de las enfermedades. Uno de estos días se acerca un leproso. Estaban condenados a la marginación: tenían que mantenerse alejados y esperar algunas limosnas. Este enfermo, al oír lo que hacía Jesús, se atrevió a esperar más y, superando las prohibiciones, incluida la de entrar en un lugar habitado, llegó hasta Jesús. Pensaba que aquel joven profeta podría ayudarlo. A diferencia de las costumbres que obligaban a mantener a los leprosos a distancia por miedo al contagio, Jesús en cambio le acoge. En ese leproso vemos en realidad a cada enfermo que aún hoy no tiene esperanza de recuperación y que es alejado de los hombres por miedo al contagio. A veces no solo se excluye a las personas del desarrollo al que todos tienen derecho sino a pueblos enteros. Aquel leproso, que se presentó ante Jesús, cayó de rodillas e invocó la curación: "Si quieres, puedes limpiarme", le dijo. Jesús "compadecido", escuchó ese grito y luego tocó con su mano al leproso, que por ley debía ser intocable. Para nosotros, que durante mucho tiempo hemos prestado atención a las estrictas reglas de distanciamiento para evitar el contagio durante la pandemia, esta página del Evangelio sugiere que "tocar con la mano" indica el compromiso de recuperar de todas las formas posibles -sin imprudencias- el sentido de los vínculos, de la cercanía, del calor que puede y debe transmitirse para que el aislamiento no sea soledad. Jesús, con ese gesto y la consiguiente curación, devolvió la dignidad al cuerpo lleno de llagas del leproso y el derecho a vivir con todos sin ser ya discriminado. El amor de Jesús por él fue realmente grande; y tal vez le advirtió de que no dijera nada para evitar que fuera perseguido por las autoridades, pero solo le exhortó a presentarse a los sacerdotes y ofrecer en el templo lo que estaba prescrito. Aquel hombre, lleno de alegría, no se abstuvo de difundir la noticia y comunicó a todos los que encontraba la alegría desbordante que sentía. El milagro que Marcos narró nos pide a todos nosotros, las comunidades cristianas de hoy, que estemos atentos al grito de los pobres, como lo estuvo Jesús, y que "hagamos" con él milagros que devuelven la dignidad y aumentan la alegría de los enfermos y los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.