ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 20 de septiembre

En la Basílica de Santa María de Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 8,16-18

«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Para explicar el misterio de la Palabra de Dios Jesús toma como ejemplo la lámpara. Del mismo modo que la luz de la lámpara no tiene la tarea de iluminarse a ella misma sino todo cuanto la rodea, también la Palabra de Dios debe iluminar el corazón y la vida de todo discípulo. Ningún hombre, ninguna mujer debe quedar a oscuras, todos tienen derecho a la luz. Y los creyentes tienen el deber de mostrar a los hombres y a las mujeres de todas las generaciones la luz de Dios. Por eso los cristianos no pueden vivir para ellos mismos. Jesús envía al discípulo a manifestar la luz del Evangelio a todos los hombres. Para ello, evidentemente, el discípulo debe acoger primero la Palabra de Dios en su corazón. Jesús advierte: "Mirad, pues, cómo oís". No es suficiente simplemente escuchar. Jesús pide una escucha atenta, que deje entrar la Palabra de Dios y llegue hasta el corazón. Y desde el corazón, debe convertirse en vida real en la comunidad de los hombres. Ya sabemos que quien no escucha no puede transmitir nada de Dios; como mucho, podrá mostrar algo de sí mismo. Pero su vida es como una luz apagada, sin vida. Al contrario, quien deja que la Palabra de Dios ilumine su corazón rebosará sabiduría divina y dará frutos buenos para sí mismo y para los demás. Ese es el sentido de las palabras de Jesús: "al que tenga, se le dará", es decir, aquel que acoge el Evangelio en su corazón recibirá una sabiduría abundante. Gregorio Magno decía: "Las Escrituras crecen con quien las lee", y así vinculaba el crecimiento de la Palabra con el crecimiento del corazón del discípulo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.