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Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Iglesia

Recuerdo de san Calixto papa (†222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió la basílica de Santa María de Trastevere. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 14 de octubre

Recuerdo de san Calixto papa (†222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió la basílica de Santa María de Trastevere.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 11,47-54

«¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis. «Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación. «¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido.» Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tenemos que escuchar con atención estas palabras de Jesús sabiendo que cada uno de nosotros estamos llamados a ser responsables del otro. Es un deber de unos y un derecho de los otros. En ese sentido hay una corresponsabilidad "generacional"; nadie puede afirmar ser ajeno a lo que pasa en el tiempo que se le ha concedido vivir. Hay que vivir el Evangelio en el contexto que estamos viviendo para fermentar la historia con la levadura de la fraternidad y darle sabiduría con la sal de la misericordia. La Iglesia y cada uno de los creyentes tienen la corresponsabilidad de comunicar el Evangelio de siempre con el lenguaje que esta generación comprende. Cada cual a su manera es corresponsable de quienes están a su lado y de hacer que crezca el amor en la sociedad en la que vive. También los discípulos de Jesús deben sentirse corresponsables del crecimiento del mal en el mundo. Y la primera responsabilidad es no escuchar con atención la Palabra de Dios y despreciar a los profetas que el Señor sigue enviando hoy al mundo. Se nos pedirán cuentas del debilitamiento de la profecía y de la desatención a los profetas que el Señor nos ha enviado. Podríamos recibir una culpa incluso mayor que la de los escribas y los fariseos, ya que fueron muchos, los profetas y mártires que el siglo pasado dieron testimonio de la primacía de Dios hasta la muerte. ¿Y no los hay también en nuestros días? Hemos conocido muchos testimonios, hemos recibido muchos dones, hemos tenido hermanos y hermanas que nos han dado su cariño y han sido buenos con nosotros. Ellos nos han abierto el camino del Evangelio del amor. El Señor nos pide que no nos quedemos paralizados, que no estemos pendientes solo de nosotros mismos, sino que nos dejemos guiar por el camino de cambiar el corazón y de transformar el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.