ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 26 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,29-33

Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús vino para salvarnos de toda esclavitud, también de lo que podríamos llamar resignación al Mal. Con la llegada de Jesús al mundo empezó el tiempo nuevo de la liberación del mal y de la instauración de la salvación. Jesús es el alba de un nuevo mundo: su vida, su amor, sus milagros y su resurrección son aquellos brotes que manifiestan la nueva primavera de la historia humana. Por eso dice a los discípulos: "Les añadió una parábola: "Mirad la higuera y todos los demás árboles. Cuando veis que retoñan, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca". Leyendo el Evangelio y contemplando la obra de Jesús sabemos que ya ha empezado un mundo nuevo, el de Jesús. Y observando también las numerosas señales de amor, aunque sean pequeñas como un retoño, descubrimos en ellas que ya está presente y vivo el futuro nuevo, el futuro planteado por el Evangelio y que Jesús continúa haciendo madurar y crecer. Podríamos decir que Jesús trajo al mundo el futuro de Dios. Allí donde brota el amor, allí donde se manifiesta el perdón, allí donde crece la misericordia, allí donde se practica el diálogo y allí donde se instaura la paz, allí salen los brotes del reino de Dios. Al descubrirlos, todos estamos llamados a hacer brotar señales de amor en nuestro corazón y en nuestra vida. Así hacemos que llegue pronto y plenamente su reino. Jesús asegura que estas palabras suyas son firmes, más firmes que el cielo y la tierra. El Evangelio del amor es la verdadera roca, el verdadero fundamento sobre el que construir nuestra vida y la vida del mundo entero.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.