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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II de Pascua
Domingo de la "Divina Misericordia"
Las Iglesias ortodoxas celebran hoy la Pascua.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 8 de abril

II de Pascua
Domingo de la "Divina Misericordia"
Las Iglesias ortodoxas celebran hoy la Pascua.


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 4,32-35

La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.

Salmo responsorial

Salmo 117 (118)

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

¡Diga la casa de Israel:
que es eterno su amor!

¡Diga la casa de Aarón:
que es eterno su amor!

¡Digan los que temen a Yahveh:
que es eterno su amor!

En mi angustia hacia Yahveh grité,
él me respondió y me dio respiro;

Yahveh está por mí, no tengo miedo,
¿qué puede hacerme el hombre?

Yahveh está por mí, entre los que me ayudan,
y yo desafío a los que me odian.

Mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en hombre;

mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en magnates.

Me rodeaban todos los gentiles:
en el nombre de Yahveh los cercené;

me rodeaban, me asediaban:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Me rodeaban como avispas,
llameaban como fuego de zarzas:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Se me empujó, se me empujó para abatirme,
pero Yahveh vino en mi ayuda;

mi fuerza y mi cántico es Yahveh,
él ha sido para mí la salvación.

"Clamor de júbilo y salvación,
en las tiendas de los justos:
""¡La diestra de Yahveh hace proezas, "

"excelsa la diestra de Yahveh,
la diestra de Yahveh hace proezas!"""

No, no he de morir, que viviré,
y contaré las obras de Yahveh;

me castigó, me castigó Yahveh,
pero a la muerte no me entregó.

¡Abridme las puertas de justicia,
entraré por ellas, daré gracias a Yahveh!

Aquí está la puerta de Yahveh,
por ella entran los justos.

Gracias te doy, porque me has respondido,
y has sido para mí la salvación.

La piedra que los constructores desecharon
en piedra angular se ha convertido;

esta ha sido la obra de Yahveh,
una maravilla a nuestros ojos.

¡Este es el día que Yahveh ha hecho,
exultemos y gocémonos en él!

¡Ah, Yahveh, da la salvación!
¡Ah, Yahveh, da el éxito!

¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh!
Desde la Casa de Yahveh os bendecimos.

Yahveh es Dios, él nos ilumina.
¡Cerrad la procesión, ramos en mano,
hasta los cuernos del altar!

Tú eres mi Dios, yo te doy gracias,
Dios mío, yo te exalto.

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Segunda Lectura

Primera Juan 5,1-6

Todo el que cree que Jesús es el Cristo
ha nacido de Dios;
y todo el que ama a aquel que da el ser
ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios:
si amamos a Dios
y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios:
en que guardemos sus mandamientos.
Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios
vence al mundo.
Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe. Pues, ¿quien es el que vence al mundo
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino
por el agua y por la sangre: Jesucristo;
no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre.
Y el Espíritu es el que da testimonio,
porque el Espíritu es la Verdad.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 20,19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído.» Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Es "el atardecer de aquel día, el primero de la semana". Es el domingo, el día de la resurrección, en el que pasamos de la muerte a la vida, del amor por nosotros mismos al amor por los demás, del pecado al perdón, de la aridez del corazón a los sentimientos del amor. El domingo realiza hoy lo que está escrito de la primera comunidad cristiana: tenían "un solo corazón y una sola alma". El amor une, trae la plenitud a nuestro yo, pero no sin los demás o, peor, contra los demás, sino que junto a todos. Los discípulos tenían miedo y cierran las puertas. Creen que encontrarán paz y seguridad levantando barreras, protegiéndose, cerrándose. Lo hacemos todos cuando hay un peligro. Pero esto no es paz. Al contrario, cerrar las puertas aumenta el miedo y hace fácilmente del otro un enemigo. Las primeras palabras de Jesús a los suyos son: "La paz con vosotros". Jesús es la paz: pone paz entre el cielo y la tierra; concede la paz del corazón; libra del miedo y del demonio de la enemistad, reconcilia. "Os dejo la paz, mi paz os doy" (Jn 14,27), había dicho, como recitamos antes de darnos la paz entre nosotros. Abramos las puertas del corazón y aprendamos el arte del encuentro y del vivir juntos. "Como el Padre me envió, también yo os envío", sigue diciéndonos el Señor. Lo que recibimos tenemos que comunicarlo de corazón en corazón en un mundo muy marcado por el miedo.
Jesús vuelve a comunicarnos la paz; pero Tomás, que ha oído el anuncio de la resurrección por parte de apóstoles alegres de lo que han visto y oído, está convencido de que se trata solo de un discurso, bello pero inútil, y les responde con su escepticismo: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré". Es el credo de muchas personas que son más egocéntricas que racionalistas, prisioneras de sus convicciones y de sus sensaciones.
Sin embargo, Jesús acepta el desafío de Tomás. Al domingo siguiente regresa de nuevo en medio de los discípulos. Esta vez está también Tomás. Jesús entra una vez más, con las puertas cerradas, y se dirige de inmediato a Tomás invitándole a tocar sus heridas con las manos. Añade: "No seas incrédulo sino creyente". Tomás ya no tiene necesidad de tocar las heridas de Jesús. Le bastan aquellas palabras. Estas le cogen en su verdad de hombre incrédulo. Hoy el Evangelio nos pide que nos humillemos un poco, que miremos más allá de nosotros mismos. Sí, junto a Tomás debemos arrodillarnos delante del resucitado y exclamar: "Señor mío y Dios mío". Jesús no le propone una lección a Tomás, sino que le muestra las señales que el mal ha dejado sobre su cuerpo, para que se conmueva por sus heridas y por las de sus hermanos más pequeños. Somos creyentes cuando nos conmovemos, cuando reconocemos y confiamos en la fuerza de la resurrección y del amor que viene del Evangelio, que cura y libera del mal, de la soledad, de la enemistad, del abandono, del odio, de la enfermedad. Bienaventurados nos son los que tienen todo claro, que no se equivocan nunca, que no tienen dudas. Bienaventurados son quienes, a pesar de los miedos, la resignación y la incertidumbre creen en la fuerza del Evangelio y del amor que nace de la palabra. ¡Señor, creo, ayuda mi poca fe! ¡Señor mío y Dios mío! ¡Abramos las puertas del corazón! Cristo ha resucitado y ya no muere más. Aleluya.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.