ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 15 de abril

III de Pascua


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19

El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería. Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados,

Salmo responsorial

Salmo 4

Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero,
en la angustia tú me abres salida;
tenme piedad, escucha mi oración.

Vosotros, hombres, ¿hasta cuándo seréis torpes de corazón,
amando vanidad, rebuscando mentira? Pausa.

¡Sabed que Yahveh mima a su amigo,
Yahveh escucha cuando yo le invoco.

Temblad, y no pequéis;
hablad con vuestro corazón en el lecho ¡y silencio!
Pausa.

Ofreced sacrificios de justicia y confiad en Yahveh.

"Muchos dicen: ""¿Quién nos hará ver la dicha?""
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!
Yahveh,"

tú has dado a mi corazón más alegría
que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.

En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo,
pues tú solo, Yahveh, me asientas en seguro.

Segunda Lectura

Primera Juan 2,1-5a

Hijos míos,
os escribo esto para que no pequéis.
Pero si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre:
a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados,
no sólo por los nuestros,
sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que le conocemos:
en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco»
y no guarda sus mandamientos
es un mentiroso
y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra,
ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud.
En esto conocemos que estamos en él.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 24,35-48

Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.» Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El Señor resucitado no se aparece solo una vez, sigue manifestándose. Encuentra a sus discípulos incrédulos, estupefactos, llenos de dudas, que se dejan absorber con facilidad por la vida siempre. Le toman por un fantasma. Jesús conoce la debilidad de nuestra vida y con qué facilidad somos desconcertados ante el mal, la incertidumbre, el sentido de fin, las dificultades. El mal endurece el corazón, aconseja no dejarse dominar por ninguna pasión hacia los demás, conservar solo lo que se es y se posee. Se juzga sin amar, porque ya no hay amor: ha terminado, se ha perdido, se ha eliminado. El día de Pascua puede no acabar. Las oscuridades de la noche no prevalecen, la tristeza puede encontrar alegría y esperanza verdadera. Estaban hablando de estas cosas cuando Jesús "en persona" se presenta en medio de ellos y les saluda otra vez diciéndoles: "La paz con vosotros". Jesús no parece escandalizado por su incredulidad. Da la paz a quien está confuso, vacilante, dudoso, incrédulo, apegado a sus propias convicciones con obstinación, a quien es tardo de corazón. ¡Cuánto necesitamos esta paz! Paz y comunión, alegría de vivir. La paz es un corazón nuevo que regenera el viejo, la paz es la energía que vuelve a dar vida y esperanza a la vida de siempre, la paz es alguien que me entiende en lo profundo, también lo que yo no sé explicar, lo que no me humilla en mi debilidad y en mi pecado sino que continúa queriéndome consigo y hablándome. La paz es alguien con quien puedo contar. La paz no es el pequeño éxito individual, la satisfacción del orgullo. La paz esté con vosotros, vacilantes, contradictorios, dubitativos, obstinados, dice Jesús. Jesús es la paz que vence toda división, la paz del corazón, que libera de muchos pesos que nos cierran y nos vuelven tristes. Es la paz entre el cielo y la tierra. Los discípulos están estupefactos y atemorizados. Hablaban precisamente de él y sin embargo no saben reconocerle. Se aferran a sus dudas. Hay una tentación sutil en la duda, que se convierte en el camino para no elegir nunca, para mantener siempre una reserva interior. La duda llega sola, pero cultivarla y recrearse en ella termina por hacernos creer astutos e inteligentes entristeciéndonos; y Jesús se convierte en un fantasma y los fantasmas dan miedo, son una presencia irreal, intangible. Jesús ya se les había aparecido, pero les cuesta creer y reconocerle vivo y presente en medio de ellos. Parece que permanece como un fantasma, irreal, virtual, todas las sensaciones y ningún cuerpo. Sin embargo, Jesús sigue amándoles, "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras". En efecto, solo escuchando el Evangelio el corazón se abre a la comprensión. Al acoger y encontrar a Jesús, no a un fantasma, se abre la mente a la inteligencia. Jesús no quiere solo liberar a los suyos del temor y el miedo, no quiere solo mostrar concretamente la fuerza de su resurrección, pide que seamos testigos, que nos convirtamos en hombres que esperan y creen que todas las heridas pueden ser curadas. Él quiere que seamos testigos apasionados y no funcionarios inseguros y prudentes; testigos alegres y no discípulos miedosos protegidos por las puertas cerradas; testigos que viven lo que comunican y que al comunicarlo aprenden a vivirlo. Quiere que seamos testigos para que nos opongamos a la ley de lo imposible que todo lo sabe, pero mata la esperanza. Se nos invita a ser testigos que creen en la fuerza de amor que convierte en nuevo lo que es viejo y nos vuelve a llamar de la muerte a la vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.