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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 5 de agosto

XVIII del tiempo ordinario


Primera Lectura

Éxodo 16,2-4.12-15

Toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea." Yahveh dijo a Moisés: "Mira, yo haré llover sobre vosotros pan del cielo; el pueblo saldrá a recoger cada día la porción diaria; así le pondré a prueba para ver si anda o no según mi ley. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Al atardecer comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan; y así sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios. Aquella misma tarde vinieron las codornices y cubrieron el campamento; y por la mañana había una capa de rocío en torno al campamento. Y al evaporarse la capa de rocío apareció sobre el suelo del desierto una cosa menuda, como granos, parecida a la escarcha de la tierra. Cuando los israelitas la vieron, se decían unos a otros: "¿Qué es esto?" Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: "Este es el pan que Yahveh os da por alimento.

Salmo responsorial

Psaume 77 (78), 1-40

Escucha mi ley, pueblo mío,
tiende tu oído a las palabras de mi boca;

voy a abrir mi boca en parábolas,
a evocar los misterios del pasado.

Lo que hemos oído y que sabemos,
lo que nuestros padres nos contaron,

no se lo callaremos a sus hijos,
a la futura generación lo contaremos:
Las alabanzas de Yahveh y su poder,
las maravillas que hizo;

él estableció en Jacob un dictamen,
y puso una ley en Israel;
El había mandado a nuestros padres
que lo comunicaran a sus hijos,

que la generación siguiente lo supiera,
los hijos que habían de nacer;
y que éstos se alzaran y se lo contaran a sus hijos,

para que pusieran en Dios su confianza,
no olvidaran las hazañas de Dios,
y sus mandamientos observaran;

para que no fueran, lo mismo que sus padres,
una generación rebelde y revoltosa,
generación de corazón voluble
y de espíritu desleal a Dios.

Los hijos de Efraím, diestros arqueros,
retrocedieron el día del combate;

no guardaban la alianza hecha con Dios,
rehusaban caminar según su ley;

tenían olvidados sus portentos,
las maravillas que él les hizo ver:

prodigios hizo a la vista de sus padres
en el país de Egipto, en los campos de Tanis.

Hendió la mar y los pasó a través,
contuvo las aguas como un dique;

de día los guiaba con la nube,
y cada noche con resplandor de fuego;

en el desierto hendió las rocas,
los abrevó a raudales sin medida;

hizo brotar arroyos de la peña
y descender las aguas como ríos.

Pero ellos volvían a pecar contra él,
a rebelarse contra el Altísimo en la estepa;

a Dios tentaron en su corazón
reclamando manjar para su hambre.

Hablaron contra Dios;
dijeron: "¿Será Dios capaz
de aderezar una mesa en el desierto?

Ved que él hirió la roca,
y corrieron las aguas, fluyeron los torrentes:
¿podrá de igual modo darnos pan,
y procurar carne a su pueblo?

Entonces Yahveh lo oyó y se enfureció,
un fuego se encendió contra Jacob,
y la Cólera estalló contra Israel,

porque en Dios no habían tenido fe
ni confiaban en su salvación.

Y a las nubes mandó desde lo alto,
abrió las compuertas de los cielos;

hizo llover sobre ellos maná para comer,
les dio el trigo de los cielos;

pan de Fuertes comió el hombre,
les mandó provisión hasta la hartura.

Hizo soplar en los cielos el solano,
el viento del sur con su poder atrajo,

y llovió sobre ellos carne como polvo,
y aves como la arena de los mares;

las dejó caer en medio de su campo,
en torno a sus moradas.

Comieron hasta quedar bien hartos,
así satisfizo su avidez;

mas aún no habían colmado su avidez,
su comida estaba aún en su boca,

cuando la cólera de Dios estalló contra ellos:
hizo estragos entre los más fuertes,
y abatió a la flor de Israel.

Mas con todo pecaron todavía,
en sus maravillas no tuvieron fe.

El consumió sus días con un soplo,
y sus años con espanto.

Cuando los mataba, le buscaban,
se convertían, se afanaban por él,

y recordaban que Dios era su roca,
su redentor, el Dios Altísimo.

Mas le halagaban con su boca,
y con su lengua le mentían;

su corazón no era fiel para con él,
no tenían fe en su alianza.

El, con todo, enternecido,
borraba las culpas y no exterminaba;
bien de veces su cólera contuvo
y no despertó todo su furor:

se acordaba de que ellos eran carne,
un soplo que se va y no vuelve más.

Segunda Lectura

Efesios 4,17.20-24

Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,24-35

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo:
vosotros me buscáis,
no porque habéis visto señales,
sino porque habéis comido de los panes y os habéis
saciado. Obrad, no por el alimento perecedero,
sino por el alimento que permanece para vida eterna,
el que os dará el Hijo del hombre,
porque a éste es a quien el Padre, Dios,
ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió:
«En verdad, en verdad os digo:
No fue Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios
es el que baja del cielo
y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

«Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús sabía que la gente lo buscaba por interés, pero no se escandalizó; había venido para salvarles, no para buscar su consenso. Aquella ceguera afectiva se convierte en una ocasión para hacer un discurso importante: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna».
Hay un orden de vida más alto, una dimensión de la existencia que va más allá de las preocupaciones del comer, del vestir, del hacerse una carrera, del estar tranquilo. Todas estas cosas, que sin duda son necesarias, no sacian nuestra sed, sino que dejan en nosotros una inquietud, un impulso a buscar nuevas necesidades y nuevas satisfacciones, en una carrera sin fin. Hay un alimento que no perece, dice Jesús. Para obtenerlo hay que esforzarse de cualquier modo. Pero la gente no entiende bien esas palabras y piensa que les pide observar otros preceptos para poder obtener la continuación de aquel milagro: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». En realidad Jesús les pide una sola obra: creer en él. En otra parte del Evangelio afirma: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado». No se trata ni de un precepto ni de una prescripción más sino solo de dejar que Jesús y su Evangelio se apoderen de nosotros y de nuestro afecto. Todo eso no es algo espontáneo y natural. En ciertos aspectos la fe es un auténtico «trabajo». Es sin duda un don de Dios, pero al mismo tiempo depende de nuestras manos, y como todo trabajo, requiere decisión, continuidad, aplicación, esfuerzo, decisiones y entrega total.
La gente parece intuir algo y pregunta: «¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti?». No le había bastado el milagro del día anterior. Y era evidente; aquel milagro bastaba para satisfacer las necesidades del cuerpo, pero cuando hablamos de toda la vida hacen falta otras garantías. Hace falta otro pan. Jesús lo explica a quienes le escuchan diciéndoles que el verdadero pan es el que viene del cielo: «el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». La muchedumbre que entiende solo la mitad, contesta: «Danos siempre ese pan». Es una petición espontánea y, a primera vista, también hermosa; querría que todos pidiéramos lo mismo. Pero eso debe salir del corazón, más que del estómago. Y Jesús, como pasa en los momentos decisivos, contesta con claridad: «Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre». Ahora se entiende el sentido pleno del maná del desierto y el sentido mismo de aquel pan que se multiplicó para los cinco mil. Hay un pan -que es Jesús mismo- que está a disposición de todos; viene de Dios, pero no está lejos de nosotros, todos lo podemos recibir gratuitamente. Para nosotros, hombres y mujeres del rico mundo de Occidente, no hay espacio para «murmurar» contra Moisés, como hicieron los judíos en el desierto, y tampoco estamos en la situación de aquellos cinco mil que se quedaron sin pan porque habían quedado absortos escuchando a Jesús. Tal vez sí debemos «murmurar», pero contra nosotros mismos, contra nuestros retrasos y nuestras lentitudes, porque, aunque tenemos el estómago lleno y tenemos el «pan de vida» al alcance de la mano, no sabemos tomarlo y degustarlo. Acerquémonos al «pan de vida» y, como dice el apóstol Pablo, «renovad el espíritu de vuestra mente, y revestíos del hombre nuevo».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.