ORACIÓN CADA DÍA

Jueves santo
Palabra de dios todos los dias

Jueves santo

Jueves Santo
Recuerdo de la Última Cena y el Lavatorio de los pies.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Jueves santo
Jueves 18 de abril

Jueves Santo
Recuerdo de la Última Cena y el Lavatorio de los pies.


Primera Lectura

Éxodo 12,1-8.11-14

Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa. Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa, según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer. El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman. En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es Pascua de Yahveh. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh. La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre".

Salmo responsorial

Psaume 115 (116)

¡Aleluya!
Yo amo, porque Yahveh escucha
mi voz suplicante;

porque hacia mí su oído inclina
el día en que clamo.

Los lazos de la muerte me aferraban,
me sorprendieron las redes del seol;
en angustia y tristeza me encontraba,

y el nombre de Yahveh invoqué:
¡Ah, Yahveh, salva mi alma!

Tierno es Yahveh y justo,
compasivo nuestro Dios;

Yahveh guarda a los pequeños,
estaba yo postrado y me salvó.

Vuelve, alma mía, a tu reposo,
porque Yahveh te ha hecho bien.

Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas,
y mis pies de mal paso.

Caminaré en la presencia de Yahveh
por la tierra de los vivos.

¡Tengo fe, aún cuando digo:
"Muy desdichado soy"!,

yo que he dicho en mi consternación:
"Todo hombre es mentiroso".

¿Cómo a Yahveh podré pagar
todo el bien que me ha hecho?

La copa de salvación levantaré,
e invocaré el nombre de Yahveh.

Cumpliré mis votos a Yahveh,
¡sí, en presencia de todo su pueblo!

Mucho cuesta a los ojos de Yahveh
la muerte de los que le aman.

¡Ah, Yahveh, yo soy tu siervo,
tu siervo, el hijo de tu esclava,
tú has soltado mis cadenas!

Sacrificio te ofreceré de acción de gracias,
e invocaré el nombre de Yahveh.

Cumpliré mis votos a Yahveh,
sí, en presencia de todo su pueblo,

en los atrios de la Casa de Yahveh,
en medio de ti, Jerusalén.

Segunda Lectura

Primera Corintios 11,23-26

Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.

Lectura del Evangelio

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Homilía

Hoy la Iglesia nos reúne alrededor del altar, como aquella tarde del jueves Jesús reunió a sus discípulos alrededor de la mesa diciéndoles: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer". Antes de su pasión, Jesús siente la necesidad de estar con sus amigos. Quiere decirles cuánto les ama. Tanto como para confiarles en sus manos la misión de cambiar el mundo, que el Padre le había confiado. Por esto Jesús les confía dos sacramentos, dos grandes signos: el sacramento del pan y del vino y el sacramento del lavatorio de los pies. Es lo que se celebra en la santa liturgia del jueves santo. Sí, en la santa liturgia de este día repetimos lo que Jesús hizo aquel jueves por la tarde como se nos narra en los evangelios. Necesitamos repetirlos para entenderlos aun más, y por tanto para poderlos transmitir a todos.
En la epístola a los Corintios, el apóstol Pablo narra la institución de la Eucaristía: Jesús, tras sentarse a la mesa con los Doce, tomó el pan y lo distribuyó diciendo: "Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros". Lo mismo hizo con el cáliz del vino: "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros". Son las mismas palabras que se repiten en cada santa liturgia. Jesús no dice solo "este es mi cuerpo", sino que añade "que se entrega por vosotros". Aquel pan no es solo un pan, es un pan "entregado", es decir, es Jesús mismo que se entrega por los demás para que nadie se quede sin alimento. De igual modo no dice solo: "esta en mi sangre", sino que añade que "se derrama por vosotros". Sí, Jesús derrama su vida entera por nuestra salvación, no se guarda para sí ni siquiera una gota de su sangre. Por esto, en la ostia y en el vino consagrados, Jesús está presente como un cuerpo que se "entrega" y una sangre que se "derrama"; y pide a los discípulos que se comuniquen a este cuerpo y a esta sangre para que también ellos se entreguen y se derramen. Por esto añade: "Haced esto en recuerdo mío". Podemos decir que Jesús hace de nosotros un pueblo que se entrega en amor por los demás, que derrama su sangre para que el Evangelio se comunique a todos. La Comunidad cristiana es un pueblo que vive para los demás, para los más pequeños y para los más grandes, para los más jóvenes y para los más ancianos.
El Evangelio de Juan narra otro signo que Jesús hace en la última cena, tras la institución de la Eucaristía. En cierto momento, Jesús se levanta y se pone a lavar los pies de los discípulos. Pedro, revestido de su orgullo, apenas ve llegar a Jesús reacciona: "Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?". Jesús da la vuelta a todo, está realizando una especie de revolución: hace de siervo y convierte a los discípulos en señores. Es una verdadera revolución cultural y espiritual. Es la última gran lección de Jesús estando vivo todavía: "vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,14-15). En la Santa Liturgia de esta tarde el lavatorio de los pies es solo un signo, una indicación del camino que hay que seguir: lavarnos los pies los unos a los otros, a partir de los más débiles, de los enfermos, de los ancianos, de los más pobres, de los más indefensos. El jueves santo nos enseña a cómo vivir y desde dónde comenzar a vivir: la vida según el Evangelio es inclinarse hacia los hermanos y las hermanas, comenzando desde los más débiles. Es un camino que viene del cielo y sin embargo es el camino más humano que podemos desear.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.