ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 19 de julio

XVI del tiempo ordinario


Primera Lectura

Sabiduría 12,13.16-19

Pues fuera de ti no hay un Dios que de todas las cosas cuide,
a quien tengas que dar cuenta de la justicia de tus
juicios; Tu fuerza es el principio de tu justicia
y tu señorío sobre todos los seres te hace indulgente
con todos ellos Ostentas tu fuerza a los que no creen en la plenitud de tu poder,
y confundes la audacia de los que la conocen. Dueño de tu fuerza, juzgas con moderación
y nos gobiernas con mucha indulgencia
porque, con sólo quererlo, lo puedes todo. Obrando así enseñaste a tu pueblo
que el justo debe ser amigo del hombre,
y diste a tus hijos la buena esperanza
de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

Salmo responsorial

Psaume 85 (86)

Tiende tu oído, Yahveh, respóndeme,
que soy desventurado y pobre,

guarda mi alma, porque yo te amo,
salva a tu siervo que confía en ti.
Tú eres mi Dios,

tenme piedad, Señor,
pues a ti clamo todo el día;

recrea el alma de tu siervo,
cuando hacia ti, Señor, levanto mi alma.

Pues tú eres, Señor, bueno, indulgente,
rico en amor para todos los que te invocan;

Yahveh, presta oído a mi plegaria,
atiende a la voz de mis súplicas.

En el día de mi angustia yo te invoco,
pues tú me has de responder;

entre los dioses, ninguno como tú, Señor,
ni obras como las tuyas.

Vendrán todas las naciones a postrarse ante ti,
y a dar, Señor, gloria a tu nombre;

pues tú eres grande y obras maravillas,
tú, Dios, y sólo tú.

Enséñame tus caminos Yahveh,
para que yo camine en tu verdad,
concentra mi corazón en el temor de tu nombre.

Gracias te doy de todo corazón, Señor Dios mío,
daré gloria a tu nombre por siempre,

pues grande es tu amor para conmigo,
tú has librado mi alma del fondo del seol.

Oh Dios, los orgullosos se han alzado contra mí,
una turba de violentos anda buscando mi alma,
y no te tienen a ti delante de sus ojos.

Mas tú, Señor, Dios clemente y compasivo,
tardo a la cólera, lleno de amor y de verdad,

¡vuélvete a mí, tenme compasión!
Da tu fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu sierva.

Haz conmigo un signo de bondad:
Que los que me odian vean, avergonzados,
que tú, Yahveh, me ayudas y consuelas.

Segunda Lectura

Romanos 8,26-27

Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 13,24-43

Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."» Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.» Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca,
publicaré lo que estaba oculto desde la creación del
mundo.
Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Con tres parábolas se compara el reino primero con los brotes de trigo que se ven obligados a convivir con la cizaña; luego con una semilla microscópica, la de la mostaza, que se convierte en un árbol grande; y por último, con pocos gramos de levadura, que son capaces de hacer fermentar una masa de harina. Escuchar estas palabras del Evangelio ensancha el corazón y abre la inteligencia para juzgar y vivir la historia de los hombres. Así, la parábola de la cizaña nos ayuda a entender la realidad del mal difundido por el mundo. El propietario del campo se da cuenta de que un enemigo ha sembrado cizaña allí donde él había sembrado semilla buena. No obstante, cuando los siervos le refieren lo sucedido, él les impide cortar la hierba desde el inicio.
¿Por qué aquel propietario frena el celo de los que, al fin y al cabo, solo quieren defender su obra? En el libro de la Sabiduría leemos: "Dueño de tu poder, juzgas con moderación... pues tras el pecado das lugar al arrepentimiento". La justicia de los hombres debe detenerse ante el misterio de la misericordia.
Esta parábola, tan alejada de nuestra manera de pensar y actuar, sienta las bases de una cultura de la paz. Hoy, que asistimos a la proliferación de trágicos conflictos locales y a la fácil persecución del otro (cuando nos sentimos más fuertes), es necesario volver a proponer esta palabra evangélica para priorizar, o al menos para no excluir, el momento del diálogo y de las negociaciones. No es signo de debilidad ni de cesión. Es conceder a todos los hombres la posibilidad de bajar hasta lo más profundo de su corazón para encontrar la huella de Dios y de su justicia. Eso requiere inteligencia y -¿por qué no?- la astucia de mirar a la cara al enemigo y reconocer en él la buena fe y el mismo deseo sincero de paz. Eso es superar la lógica del enemigo.
La parábola no dice que no hay enemigos. Al contrario. Pero sí indica una manera distinta de tratarlos: en lugar de la siega violenta, que puede comportar arrancar también la planta buena, es preferible la paciente selección y espera. Es una gran sabiduría que contiene una fuerza increíble. Realmente esta palabra de tolerancia y de paz es como aquel pequeño grano de mostaza y aquel puñado de levadura. Si la dejamos crecer en nuestro interior y en las profundidades de la historia de los hombres derrotará la enemistad y el espíritu de guerra. La decisión del propietario, si se aplica, puede transformar toda la humanidad. No debe asustarnos que crezca la mala hierba. Lo importante es que crezca al máximo la planta buena. De ese modo se afirma ya en la tierra el reino de los Cielos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.