ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXIX del tiempo ordinario
Festividad de san Lucas, evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición fue médico y pintor.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 18 de octubre

XXIX del tiempo ordinario
Festividad de san Lucas, evangelista y autor de los Hechos de los Apóstoles. Según la tradición fue médico y pintor.


Primera Lectura

Isaías 45,1.4-6

Así dice Yahveh a su Ungido Ciro,
a quien he tomado de la diestra
para someter ante él a las naciones
y desceñir las cinturas de los reyes,
para abrir ante él los batientes
de modo que no queden cerradas las puertas. A causa de mi siervo Jacob
y de Israel, mi elegido,
te he llamado por tu nombre
y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas. Yo soy Yahveh, no hay ningún otro;
fuera de mí ningún dios existe.
Yo te he ceñido, sin que tú me conozcas, para que se sepa desde el sol levante hasta el poniente,
que todo es nada fuera de mí.
Yo soy Yahveh, no ningún otro;

Salmo responsorial

Salmo 95 (96)

¡Cantad a Yahveh un canto nuevo,
cantad a Yahveh, toda la tierra,

cantad a Yahveh, su nombre bendecid!
Anunciad su salvación día tras día,

contad su gloria a las naciones,
a todos los pueblos sus maravillas.

Que grande es Yahveh, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues nada son todos los dioses de los pueblos.
Mas Yahveh los cielos hizo;

gloria y majestad están ante él,
poder y fulgor en su santuario.

Rendid a Yahveh, familias de los pueblos,
rendid a Yahveh gloria y poder,

rendid a Yahveh la gloria de su nombre.
Traed ofrendas y en sus atrios entrad,

postraos ante Yahveh en esplendor sagrado,
¡tiemble ante su faz la tierra entera!

"Decid entre las gentes: ""¡Yahveh es rey!""
El orbe está seguro, no vacila;
él gobierna a los pueblos rectamente."

¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra,
retumbe el mar y cuanto encierra;

exulte el campo y cuanto en él existe,
griten de júbilo todos los árboles del bosque,

ante la faz de Yahveh, pues viene él,
viene, sí, a juzgar la tierra!
El juzgará al orbe con justicia,
a los pueblos con su lealtad.

Segunda Lectura

Primera Tesalonicenses 1,1-5

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros gracia y paz. En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión. Sabéis cómo nos portamos entre vosotros en atención a vosotros.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 22,15-21

Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?» Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo.» Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Dícenle: «Del César.» Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"¿Es lícito pagar tributo al César o no?", preguntan los fariseos a Jesús para sorprenderlo en su respuesta. Parece una pregunta que no tiene nada que ver con nuestra vida y con nuestro tiempo. En realidad el Evangelio siempre nos habla, incluso hoy. No es un libro del pasado, un libro que hay que desempolvar de vez en cuando o que hay que escuchar como una edificante historia antigua. El Evangelio es Dios que me habla a mí, a nosotros, hoy. Jesús esquiva la insidiosa emboscada pasando la cuestión del plano teológico (la legitimidad del pago de los tributos) al práctico. Pide que le muestren una "moneda del tributo", la moneda de Roma de uso corriente en todo el Imperio. Jesús pregunta de quién son la imagen y la inscripción que figuran en la moneda. Le contestan: "Del César". Dice Jesús: "Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios". La respuesta desconcierta a quienes le escuchan. En cualquier caso debemos preguntarnos qué es del César y qué es de Dios. En la respuesta de Jesús está claro qué pertenece al César: solo aquella moneda de Roma en la que está grabada la "imagen" del emperador. Así pues, hay que devolverla a su propietario. El Evangelio no va más allá, en este campo. Pero la pregunta fundamental para Jesús es la otra: ¿qué es de Dios? El término "imagen", que Jesús utiliza para la moneda, recuerda sin duda la frase bíblica que abre las Escrituras: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó" (Gn 1,27).
Todos los hombres, sin excepción, tienen una profunda presencia divina. Es imborrable, porque es más fuerte que nuestro pecado. Podemos atacarla, desfigurarla, pero jamás borrarla. Todo hombre es icono de Dios, está creado a su imagen. Pues bien, esta imagen no se devuelve al Señor. Por el contrario, muchas veces es ofendida y humillada. Pero desfigurándonos a nosotros mismos, o a los demás, dañamos la imagen misma de Dios. Jesús quiere interpelar a aquellos que lo escuchan para que devuelvan a Dios lo que le pertenece: cada hombre y cada mujer. ¿Qué es de Dios, pues? Es de Dios toda criatura humana. De hecho, toda la creación. De Dios es el soplo de la vida, que recibimos y que le damos a Él cada vez que amamos y que le devolveremos el último día; de Dios es el amor que hace hermoso el rostro de cada persona y que continúa la fuerza creadora; de Dios es la amistad que une a los hombres, la caridad que él confía para que derrote el mal. El corazón, lo que es realmente más nuestro y más humano, es de Dios.
Devolverle a Dios lo que es de Dios significa reconocer que no somos amos de nosotros mismos ni de los demás. Por eso somos siempre y solo deudores: hemos recibido mucho, todo, y tenemos que devolverlo, multiplicado. Solo regalando a los hombres y dando a Dios, multiplicado, lo que hemos recibido encontramos el futuro para nosotros y para los demás. Solo el amor no roba, no pierde, sino que se multiplica, se conserva, se regenera. Da el ciento por uno y la vida que no termina.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.