ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

III del tiempo ordinario
Fiesta de la Palabra de Dios. Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo particular de las comunidades cristianas de Europa y América.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 24 de enero

III del tiempo ordinario
Fiesta de la Palabra de Dios. Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo particular de las comunidades cristianas de Europa y América.


Primera Lectura

Jonás 3,1-5.10

Por segunda vez fue dirigida la palabra de Yahveh a Jonás en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga. Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra de Yahveh. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida." Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor. Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.

Salmo responsorial

Salmo 24 (25)

A ti, Yahveh, levanto mi alma,

oh Dios mío.
En ti confío, ¡no sea confundido,
no triunfen de mí mis enemigos!

No hay confusión para el que espera en ti,
confusión sólo para el que traiciona sin motivo.

Muéstrame tus caminos, Yahveh,
enséñame tus sendas.

Guíame en tu verdad, enséñame,
que tú eres el Dios de mi salvación.
(Vau) En ti estoy esperando todo el día,

Acuérdate, Yahveh, de tu ternura,
y de tu amor, que son de siempre.

De los pecados de mi juventud no te acuerdes,
pero según tu amor, acuérdate de mí.
por tu bondad, Yahveh.

Bueno y recto es Yahveh;
por eso muestra a los pecadores el camino;

conduce en la justicia a los humildes,
y a los pobres enseña su sendero.

Todas las sendas de Yahveh son amor y verdad
para quien guarda su alianza y sus dictámenes.

Por tu nombre, oh Yahveh,
perdona mi culpa, porque es grande.

Si hay un hombre que tema a Yahveh,
él le indica el camino a seguir;

su alma mora en la felicidad,
y su estirpe poseerá la tierra.

El secreto de Yahveh es para quienes le temen,
su alianza, para darles cordura.

Mis ojos están fijos en Yahveh,
que él sacará mis pies del cepo.

Vuélvete a mí, tenme piedad,
que estoy solo y desdichado.

Alivia los ahogos de mi corazón,
hazme salir de mis angustias.

Ve mi aflicción y mi penar,
quita todos mis pecados.

Mira cuántos son mis enemigos,
cuán violento el odio que me tienen.

Guarda mi alma, líbrame,
no quede confundido, cuando en ti me cobijo.

Inocencia y rectitud me amparen,
que en ti espero, Yahveh.

Redime, oh Dios, a Israel
de todas sus angustias.

Segunda Lectura

Primera Corintios 7,29-31

Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 1,14-20

Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres.» Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Se celebra hoy la Fiesta de la Palabra. Una fiesta especialmente significativa enraizada en el Concilio Vaticano II. Los Padres del Concilio deseaban que la Biblia volviera a las manos de los fieles, de cada creyente. En la iglesia de Sant'Egidio los dos altares laterales, el de la Palabra de Dios con las biblias en diferentes lenguas y el de los pobres con las cruces, están uno frente al otro. Nos recuerdan la fidelidad a estos dos cultos inseparables, dos amores indispensables. Además de la fiesta de la Palabra de Dios, el papa Francisco quería que la fiesta de los pobres se celebrara también cada año. Esta de la Palabra en el tercer domingo del tiempo ordinario en el que la Liturgia propone el inicio de la predicación de Jesús; y la otra, la de los pobres, que cierra el año litúrgico con el penúltimo domingo. Dos fiestas que nos recuerdan el año de la Iglesia como el seguimiento de Jesús, desde el comienzo de su ministerio hasta la plenitud del Reino.
El Evangelio que se nos ha anunciado nos devuelve, podríamos decir, al origen de esta fiesta. La palabra del profeta había sido encarcelada por Herodes. Aquella voz que gritaba en el desierto ya no resonaba; pero Jesús comienza de nuevo con las palabras del Bautista: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva". La conversión comienza cuando el Evangelio llega al corazón. A partir de aquí comienza una nueva vida; de hecho, desde ese día a orillas del Mar de Galilea hasta hoy -es el testimonio ininterrumpido de la Iglesia- la Palabra de Dios continúa cambiando los corazones y los hace buenos y fuertes para el bien. Simón y Andrés, Santiago y Juan, aceptaron la invitación de Jesús y le siguieron convirtiéndose en sus discípulos. Le escucharon de dos en dos, y juntos -incluso solo cuatro de ellos- siguieron al Maestro. Siempre es así. Jesús no les hizo discursos refinados, sino que habló una lengua que ellos, como pescadores, podían entender inmediatamente: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres". Comprendieron que les había llamado para una nueva pesca y ellos, "al instante, dejando las redes, le siguieron". El Evangelio, escuchado juntos, de dos en dos, creó esa pequeña fraternidad que ha llegado hasta nosotros.
Esa antigua escena, narrada con sobriedad como para subrayar su ejemplaridad, se nos vuelve a proponer en esta Fiesta de la Palabra. El Señor nos llama una vez más a convertirnos en pescadores de hombres en el mar de las numerosas y populosas Galileas de este mundo. Nos llama, con una urgencia nueva, a una generosidad más audaz y creativa. Muchos están esperando una palabra que toque su corazón. El Señor nos pide que frecuentemos aún más la Palabra de Dios, que la escuchemos juntos: y todos creceremos en la inteligencia y el amor del Señor y de los pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.