ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 28 de noviembre

I de Adviento


Primera Lectura

Jeremías 33,14-16

Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh - en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón
haré brotar para David un Germen justo,
y practicará el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días estará a salvo Judá,
y Jerusalén vivirá en seguro.
Y así se la llamará:
"Yahveh, justicia nuestra."

Salmo responsorial

Salmo 24 (25)

A ti, Yahveh, levanto mi alma,

oh Dios mío.
En ti confío, ¡no sea confundido,
no triunfen de mí mis enemigos!

No hay confusión para el que espera en ti,
confusión sólo para el que traiciona sin motivo.

Muéstrame tus caminos, Yahveh,
enséñame tus sendas.

Guíame en tu verdad, enséñame,
que tú eres el Dios de mi salvación.
(Vau) En ti estoy esperando todo el día,

Acuérdate, Yahveh, de tu ternura,
y de tu amor, que son de siempre.

De los pecados de mi juventud no te acuerdes,
pero según tu amor, acuérdate de mí.
por tu bondad, Yahveh.

Bueno y recto es Yahveh;
por eso muestra a los pecadores el camino;

conduce en la justicia a los humildes,
y a los pobres enseña su sendero.

Todas las sendas de Yahveh son amor y verdad
para quien guarda su alianza y sus dictámenes.

Por tu nombre, oh Yahveh,
perdona mi culpa, porque es grande.

Si hay un hombre que tema a Yahveh,
él le indica el camino a seguir;

su alma mora en la felicidad,
y su estirpe poseerá la tierra.

El secreto de Yahveh es para quienes le temen,
su alianza, para darles cordura.

Mis ojos están fijos en Yahveh,
que él sacará mis pies del cepo.

Vuélvete a mí, tenme piedad,
que estoy solo y desdichado.

Alivia los ahogos de mi corazón,
hazme salir de mis angustias.

Ve mi aflicción y mi penar,
quita todos mis pecados.

Mira cuántos son mis enemigos,
cuán violento el odio que me tienen.

Guarda mi alma, líbrame,
no quede confundido, cuando en ti me cobijo.

Inocencia y rectitud me amparen,
que en ti espero, Yahveh.

Redime, oh Dios, a Israel
de todas sus angustias.

Segunda Lectura

Primera Tesalonicenses 3,12-4,2

En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para con vosotros, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 21,25-28.34-36

«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.» «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

El Evangelio que hemos leído retoma un pasaje del discurso sobre el final de los tiempos pronunciado por Jesús en el templo. Con el lenguaje típico de la apocalíptica, Jesús anuncia que llegarán días en los que habrá "señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente". Es una visión que implica a toda la creación: hasta las mismas "fuerzas de los cielos -dice Jesús- se tambalearán". Estas palabras no están lejos de lo que sucede también en nuestros días. El cambio climático y el drama de la pandemia han puesto en evidencia la fragilidad del mundo en que vivimos, y esto ha suscitado preocupación y angustia por el futuro. ¡Cuántos pueblos viven con angustia! Es la angustia de los pueblos marcados todavía por la guerra y los conflictos, es la angustia de millones de pequeños y de grandes que siguen sufriendo por las enfermedades y el hambre, es la angustia de tantos obligados a emigrar que no encuentran a nadie que les acoja y ayude, es la angustia de tantos ancianos abandonados en soledad.
Pero Jesús no es un profeta de desventuras. Él habla para ayudarnos a mirar el futuro sin resignación y para sostener la esperanza de un mundo nuevo. Este es el sentido del Adviento que hoy iniciamos, y que vuelve en este tiempo difícil con la esperanza de un mundo mejor. El Evangelio nos exhorta: "cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación". Es tiempo de levantarnos. Si lo hacemos para acoger a un huésped que llega a casa, ¿cuánto más debemos levantarnos de nuestras costumbres para ir a acoger al Señor que viene? El Adviento es un tiempo para abrir los ojos y dirigirlos hacia el Señor que está por venir. Jesús que viene ablanda los corazones endurecidos; aclara la mente de quien piensa solo en su bienestar; abre el oído de quien solo escucha sus razones; abre los ojos de quien no ve más que su horizonte. Dejémonos tomar de la mano por la Palabra de Dios y llegaremos hasta Belén, a aquella gruta bendita. Necesitamos encontrar a ese Niño. La advertencia del Evangelio es más que oportuna: "Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo" (Lc 21,35-36).
Que los días del Adviento sean un tiempo de escucha y reflexión, de oración y amor. La Palabra de Dios iluminará nuestros pasos y calentará nuestro corazón. La bendición del Apóstol es también para nosotros: "que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos" (1 Ts 3,12). Sí, el tiempo del Adviento es un tiempo de escucha del Evangelio y de amor renovado por los demás. Este es el camino por donde encontraremos al Señor. Y desde ya le pedimos: "Ven, Señor Jesús".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.