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Jornada europea de recuerdo de la Shoá. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 27 de enero

Jornada europea de recuerdo de la Shoá.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 7,18-19.24-29

El rey David entró, y se sentó ante Yahveh y dijo: "¿Quien soy yo, señor mío Yahveh, y qué mi casa, que me has traído hasta aquí? Y aun esto es poco a tus ojos, señor mío, Yahveh que hablas también a la casa de tu siervo para el futuro lejano... Señor Yahveh. Tú te has constituido a tu pueblo Israel para que sea tu pueblo para siempre, y tú, Yahveh, eres su Dios. Y ahora, Yahveh Dios, mantén firme eternamente la palabra que has dirigido a tu siervo y a su casa y haz según tu palabra. Sea tu nombre por siempre engrandecido; que se diga: Yahveh Sebaot es Dios de Israel; y que la casa de tu siervo David subsista en tu presencia, ya que tú, Yahveh Sebaot, Dios de Israel, has hecho esta revelación a tu siervo diciendo: "yo te edificaré una casa": por eso tu siervo ha encontrado valor para orar en tu presencia. Ahora, mi Señor Yahveh, tú eres Dios, tus palabras son verdad y has prometido a tu siervo esta dicha; dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu presencia, pues tú mi Señor Yahveh, has hablado y con tu bendición la casa de tu siervo será eternamente bendita."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

David va a la tienda donde está depositada el arca de la alianza, y de su corazón sale una oración humilde e intensa: "¿Quién soy yo, Señor, y qué mi casa, que me has traído hasta aquí?". David sabe bien que todo le viene de Dios. Sin poder enorgullecerse de méritos especiales, Dios lo eligió y lo puso a la cabeza de un reino que le es confirmado "para el futuro lejano". La fidelidad de Dios a su pueblo funda la existencia y la vocación de Israel: "¿Qué otro pueblo hay en la tierra como tu pueblo Israel a quien un dios haya ido a rescatar para hacerle su pueblo y darle renombre?". David está lleno de estupor al considerar la grandeza y la generosidad de Dios. El recuerdo del amor de Dios que no abandona nunca a su pueblo es parte sustancial de la fe de los creyentes y de su oración. David suplica al Señor para que confirme para siempre la promesa hecha a Israel. Es una petición audaz, hasta el punto de que el mismo David se maravilla mientras la pide. Confiesa, sin embargo, que su audacia en pedir está motivada por la misma promesa divina. Rezar es pedir pero también hacer memoria continua del amor que Dios tiene por sus hijos. David, que se ha convertido en familiar de Dios, puede pedir la bendición del cielo para sí y para todo el pueblo. Es verdaderamente un ejemplo también para nosotros, creyentes y discípulos de Jesús, el Mesías Salvador.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.