ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Iglesia
Jueves 8 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 6,10-11; 7,1.9-17; 8,4-9

Cuando entraron en Media, y estando ya cerca de Ecbátana, dijo Rafael al joven: «Hermano Tobías.» Le respondió: «¿Qué deseas?» Contestó él: «Pararemos esta noche en casa de Ragüel; es pariente tuyo y tiene una hija que se llama Sarra; Cuando entraron en Ecbátana dijo Tobías: «Hermano Azarías, guíame en derechura a casa de Ragüel, nuestro hermano.» Le condujo, pues a casa de Ragüel y le encontraron sentado a la puerta del patio. Le saludaron ellos primero y él les contestó: «Mucha dicha os deseo, hermanos, y en buena salud vengáis.» Los llevó a su casa Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi hermana Sarra.» Al oír Ragüel estas palabras dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche, porque ningún hombre hay, fuera de ti, que tenga derecho a tomar a mi hija Sarra, de modo que ni yo mismo estoy facultado para darla a otro, si no es a ti, que eres mi pariente más próximo. Pero voy a hablarte con franqueza, muchacho. Ya la he dado a siete maridos, de nuestros hermanos, y todos murieron la misma noche que entraron donde ella. Así que, muchacho, ahora come y bebe y el Señor os dará su gracia y su paz.» Pero Tobías replicó: «No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión acerca de lo que te he pedido.» Ragüel le dijo: «¡Está bien! A ti se te debe dar, según la sentencia del libro de Moisés, y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana. A partir de ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. Tuya es desde hoy por siempre. Que el Señor del Cielo os guíe a buen fin esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz.» Llamó Ragüel a su hija Sarra, y cuando ella se presentó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Recíbela, pues se te da por mujer, según la ley y la sentencia escrita en el libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Y que el Dios del Cielo os guíe en paz por el buen camino.» Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial, con lo cual se la entregó por mujer, conforme a la sentencia de la ley de Moisés. Y acabado esto, empezaron a comer y beber. Ragüel llamó a su mujer Edna y le dijo: «Hermana, prepara la otra habitación y lleva allí a Sarra.» Ella fue y preparó un lecho en la habitación, tal como se lo había ordenado, y llevó allí a Sarra. Lloró ella y luego, secándose las lágrimas, le dijo: «Ten confianza, hija: que el Señor del Cielo te dé alegría en vez de esta tristeza. Ten confianza, hija.» Y salió. Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres,
y bendito sea tu Nombre
por todos los siglos de los siglos!
Bendígante los cielos,
y tu creación entera,
por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste
a Eva, su mujer, para sostén y ayuda,
y para que de ambos proviniera la raza de los hombres.

Tú mismo dijiste:
No es bueno que el hombre se halle solo;
hagámosle una ayuda semejante a él.
Yo no tomo a esta mi hermana
con deseo impuro,
mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella
y podamos llegar juntos
a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche. Se levantó Ragüel y, llamando a los criados que tenía en casa, fueron a cavar una tumba,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El joven Tobías, acompañado por el ángel Rafael Azarías, va en busca de su futura esposa, Sarra. El texto relata la celebración de la boda, que empieza con el banquete de bodas y termina con la firma del contrato nupcial. Ragüel concluye: "Se te da por mujer, según la ley y la sentencia escrita en el libro de Moisés" (7,12). Es evidente que los padres de Sarra temían que pudiera repetirse lo que había ocurrido en la primera noche de bodas. Pero Edna había pedido para su hija la bendición de Dios: "Que el Señor del Cielo te dé alegría en vez de esta tristeza" (7,16). Rebosa sentido religioso la escena en la que Tobías y Sarra, en la habitación, invocan la bendición de Dios sobre su unión: "Levántate, hermana, y oremos, y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve" (8,4). Ambos reconocen la autoridad de Dios sobre su vida. Ninguno de los dos es superior al otro. Solo Dios es el Señor de su vida. De hecho, empiezan su oración bendiciendo al Señor por su bondad y su misericordia. Son conscientes de que Dios es el Señor: "Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tu mismo dijiste: "No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él...". Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad" (vv. 8,6-7). Más adelante el texto relata la bendición de Dios. No ocurrió lo que todos temían. Los dos esposos descansaban tranquilamente. Los padres manifiestan su agradecimiento al Señor. Es la cuarta oración que encontramos en el libro de Tobías. La unión de los dos jóvenes, que tiene lugar bajo la protección y la mirada del ángel, se convierte en fuente de vida nueva.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.