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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

En la basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 5 de agosto

En la basílica de Santa María de Trastevere de Roma se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 14,13-21

Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.» Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.» El dijo: «Traédmelos acá.» Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Reflexionemos una vez más sobre la multiplicación de los panes, tal como nos la presenta el Evangelio de Mateo. Empieza diciendo que Jesús, tras conocer la noticia de la muerte del Bautista, quiere retirarse, aparte, a un lugar solitario, a un desierto. El desierto es el lugar de la prueba y de la oración. La gente, al saberlo, se le adelanta. Y el desierto se convierte también en el lugar del hambre. Pensemos en el número cada vez mayor de pobres y de gente sola, en la interminable procesión de personas que huyen de la guerra y del hambre o de personas que buscan un futuro más sereno. El evangelista apunta que era un lugar desierto, pero quizás más que desierto físico -de hecho, se habla de hierba-, lo que quiere subrayar es la ausencia de amor, de solidaridad y de paz que convierte nuestras ciudades en desiertos, en lugares donde es imposible vivir bien. De toda esta gente que vive en lugares desiertos, Jesús "sintió compasión". Los discípulos también experimentan un sentimiento de compasión: le sugieren a Jesús que despida a la gente porque estaban en un lugar desierto y ya oscurecía. Es un comentario más que razonable: "El lugar está deshabitado -le dicen a Jesús-, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida". Sin embargo, esta compasión de los discípulos es fruto de la resignación. Muchas veces también nosotros nos resignamos ante la situación que vemos porque pensamos que es imposible cambiar el curso normal de las cosas. Para Jesús no es así: "No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer". El Señor sabe que los discípulos tienen poco en sus manos: apenas cinco panes y dos peces. Aun así, les pide que respondan a la necesidad de aquella muchedumbre. Jesús sabe perfectamente que no son las cualidades personales de los discípulos, las que hacen posible el milagro. El milagro lo lleva a cabo el Señor si nosotros ponemos en sus manos nuestra confianza, es decir, los pocos panes y peces que tenemos. Sí, si confiamos en el Señor, él multiplica nuestras energías, nuestras fuerzas.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.