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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

XXII del tiempo ordinario
Fiesta de San Egidio (+ 720), monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 1 de septiembre

XXII del tiempo ordinario
Fiesta de San Egidio (+ 720), monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación.


Primera Lectura

Deuteronomio 4,1-2.6-8

Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahveh, Dios de vuestros padres. No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo. Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ?hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ?cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?

Salmo responsorial

Salmo 14 (15)

Yahveh, ?qui?n morar? en tu tienda?,
?qui?n habitar? en tu santo monte?

El que ando sin tacha,
y obra la justicia;
que dice la verdad de coraz?n,

y no calumnia con su lengua;
que no da?a a su hermano,
ni hace agravio a su pr?jimo;

con menosprecio mira al r?probo,
mas honra a los que temen a Yahveh;
que jura en su perjuicio y no retracta,

no presta a usura su dinero,
ni acepta soborno en da?o de inocente.
Quien obra as? jam?s vacilar?.

Segunda Lectura

Santiago 1,17-18.21-22.27

toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación. Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus criaturas. Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 7,1-8.14-15.21-23

Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «?Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto,
ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.» Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

"La religión pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo." Estas palabras de la carta del apóstol Santiago salen a nuestro encuentro justo en este domingo en el que recordamos también la fiesta de San Egidio, un santo monje que vivió en el siglo VIII en el sur de Francia y cuya devoción durante la Edad Media se difundió por toda Europa desde su monasterio y desde muchos otros lugares de culto, como la iglesia y el monasterio de Roma a los que la Comunidad debe su nombre. En la leyenda que habla de su vida encontramos las obras de este hombre de Dios que quiso vivir esta "religión pura" al servicio de los pobres y de los necesitados poniendo en práctica el Evangelio. Jesús condena que los hombres tengan el corazón lejos de Dios. El Señor decidió estar cerca de su pueblo: "Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?". Si Dios está tan cerca, es realmente inadmisible que los hombres se dirijan a él solo con gestos exteriores sin que el corazón tenga ni la más mínima vibración de cariño. En ese caso los ritos y las palabras no sirven de nada. Jesús, volviendo a la crítica por no hacer las abluciones, aclara qué es realmente impuro, es decir, no oportuno para Dios. Ninguna de las cosas creadas es inadecuada para Dios; por tanto, nada es impuro. La impureza no está en las cosas sino en el corazón del hombre: "De dentro, del corazón de los hombres salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez". Jesús quiere decir que el mal no nace por casualidad, como el fruto de un ciego destino. El mal tiene su terreno: el corazón; y también tiene a sus agricultores: los hombres. Cada persona es un agricultor diligente en el terreno de su propio corazón de pequeñas o grandes cantidades de hierbas amargas que envenenan nuestra vida y la vida de los demás.
Nosotros somos responsables de la amargura de este mundo, unos más, unos menos; nadie puede decir que no va con él. Por eso debemos extirpar el mal de este mundo empezando por nuestro corazón. Y, evidentemente, siempre hay que plantar en el corazón las hierbas buenas de la solidaridad, de la amistad, de la paciencia, de la humildad, de la piedad, de la misericordia y del perdón. El camino para esta plantación lo marca el Evangelio: recordemos la conocida parábola del sembrador, que de buena mañana salió para sembrar. Todavía hoy, fiel y generosamente, aquel sembrador sale y echa abundantemente su semilla. Y el apóstol Santiago, casi comentando las palabras de Jesús, afirma: "Recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras vidas. Poned por obra la palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.