Ayudemos más que nunca a que África se ayude. Artículo de Marco Impagliazzo en Avvenire

Es nuestro interés que África sea resiliente a la pandemia: la alternativa sería dramática.

Una pandemia lo es porque afecta a todos los rincones del planeta. Estos días hay una preocupación cada vez mayor por el avance del coronavirus en África. Algunos pensaban que el continente iba a salir casi indemne de la infección. En la misma África algunos países consideraban negativa una alarma que, a su entender, iba a tener un fuerte impacto en las economías locales, por lo que dejaron de comunicar los datos de contagios y muertos. En otros países la población se opuso a los decretos de confinamiento, recurriendo incluso a la vía judicial. En otros, por último, se dijo que era suficiente recurrir a remedios tradicionales o a otros remedios al alcance de todos.
La realidad, por desgracia, es que los números se aceleran y circulan muchos rumores entre la gente. Se afirma que antiguos presidentes, ministros y parlamentarios están enfermos o han muerto por el virus, se sospecha que las muertes repentinas de parientes, amigos o vecinos se deben al covid-19. El virus es cada vez más un invitado no deseado que llama a la puerta de todos los países.
Nos lo dicen los datos. La epidemia ya no depende, como al inicio, de los viajes internacionales, sino que se difunde de manera autónoma. Y a gran velocidad.

El quinto país del mundo en número de casos no es latinoamericano, sino Sudáfrica, con casi 460.000 infecciones y más de 7.250 muertos (cfr. www.worldometers.info/coronavirus). Y en todo el continente hay más de 874.000 contagiados y más de 18.500 muertos oficialmente. Sí, oficialmente. Porque la cuestión es la fiabilidad de los datos que se dan en situaciones sanitarias sometidas a mucha tensión, en el marco de una carencia general de recursos y teniendo que hacer frente a una dificultad crónica de comunicaciones.

¿Qué valor hay que dar a los 15 mil positivos de Costa de Marfil cuando se han obtenido con 90 mil pruebas, es decir un positivo de cada 6, o los 7 mil de Guinea, tras realizar 14 mil pruebas (1 positivo de cada 2)?
Está  claro que las cifras de las que se dispone son solo la punta del iceberg, que no reflejan la realidad de una epidemia que, como hemos aprendido en Europa, afecta insidiosamente. Hoy el virus se mueve rápido también en África mientras que las camas de cuidados intensivos son realmente pocas. También el número de respiradores es escaso y los equipos de protección individual para proteger a los sanitarios escasean por todas partes.
Además, los Estados africanos deben hacer frente a las consecuencias económicas y sociales de la pandemia, así como al  cierre de las conexiones con el norte del mundo.
Dicho esto, el panorama sigue siendo variado. En el continente hay países –Ruanda, por ejemplo– que han obtenido resultados extremamente positivos en la lucha contra la pandemia, desarrollando un sistema integrado de pruebas, seguimiento y tratamiento comparable al que utilizan latitudes mucho más ricas en recursos. Por otra parte hay que tener en cuenta la vivacidad y el trabajo sobre el terreno de las numerosas realidades de la sociedad civil africana que intentan frenar la difusión del virus dando indicaciones básicas sobre prevención: desde lavarse las manos hasta el distanciamiento físico o el uso de mascarillas. También sorprende la capilaridad con la que han circulado los mensajes de prevención por las redes sociales para llegar a todos. O realidades de la cooperación, como el
programa Dream de Sant’Egidio, con ayuda de la Conferencia Episcopal Italiana, que se prodigan para hacer pruebas serológicas. Cabe esperar, al menos, que el drama de la epidemia deje en África, como herencia, una mayor conciencia civil y mejores conocimientos de higiene pública.
Para ayudar al continente en esta fase difícil es urgente que los Estados occidentales no disminuyan la ayuda pública al desarrollo como están tentados de hacer.

Es nuestro interés que África sea resiliente a la pandemia: la alternativa sería dramática. Al mismo tiempo, hay que actuar para proteger las remesas (que han disminuido aunque siguen siendo la primera fuente de renta externa) abaratando las transferencias de dinero. Es básico aumentar la conexión (en terapia e investigación) entre sistemas sanitarios europeos y africanos utilizando las comunicaciones para compartir toda la capacidad científica que sea necesaria. Por último, debemos prepararnos para distribuir la vacuna en África para que no quede atrás.


[Marco Impagliazzo]

Artículo original en www.avvenire.it

[Traducción a cargo de la redacción]