El Nobel por la paz contra el hambre, una señal importante durante la pandemia. Artículo de Andrea Riccardi en Corriere della Sera

No se puede posponer la lucha contra el desperdicio, hay que potenciar una agricultura que tenga en cuenta la biodiversidad y que no envenene la tierra

 Nobel a la lucha contra el hambre

 

Por sorpresa se ha concedido el Nobel por la Paz al Programa Mundial de Alimentos de la ONU por su lucha contra el hambre.

Esta concesión es una señal en un tiempo de pandemia y de hambre creciente. La malnutrición crónica ha reanudado un crecimiento inexorable desde 2014. El hambre es la realidad de millones de mujeres y de hombres cada día: en 2019 135 millones sufrieron hambre aguda. Es un récord de los últimos años que esconde espectros de inseguridad, de terrorismo y de guerra: Yemen, Sudán del Sur, Nigeria, Congo y Burkina Faso son tierras de hambre. Pero eso no es todo.

El Informe de la ONU sobre la alimentación habla de casi 690 millones de personas que han sufrido hambre en 2019, diez más que el año anterior, mientras que otras tantas personas, por el aumento de los precios, no tienen acceso a una dieta sana. Hoy, en el mundo, hay dos mil millones de seres humanos con un nivel moderado o grave de inseguridad alimentaria. Se prevé que, con el covid-19, otros 130 millones de personas caerán «en el foso de la malnutrición crónica». También en Italia (que no es un país de hambre) se está desatando una inesperada necesidad de alimentos entre varios estratos de la población. El PMA, con sede en Roma, proporciona ayuda alimentaria a casi 87 millones de personas de 83 países, en guerras y en situaciones de emergencia, y cuando cesa la situación de emergencia, trabaja para restablecer los medios de sustento. Trabaja sobre el terreno con el 90% de su personal en contacto con la realidad Reparte 15 mil millones de raciones alimentarias, recibidas en parte como donativos y en parte –unos tres mil millones– compradas cerca de los lugares donde se producen las crisis. Siguiendo el trabajo de tratamiento del sida realizado por la Comunidad de Sant’Egidio en diez países africanos he  podido constatar que la ayuda alimentaria del PMA complementan eficazmente los tratamientos en países como Mozambique, Kenya, Guinea, Tanzania y la República Centroafricana, donde los enfermos a menudo sufren malnutrición. Es fundamental, sobre todo para los niños malnutridos, que vayan a centros nutricionales. África es el continente más afectado: el 19% de su población sufre desnutrición.

El Nobel por la Paz al PMA reconoce un destacado trabajo, pero indica también un problema que no hay que posponer. No se puede confiar –escribe el papa Francisco en la Laudato sì– «que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado». Hay que potenciar el PMA y a todos cuanto luchan contra el desperdicio de alimentos y actúan para evitar que grupos enteros de seres humanos caigan en el hambre y la miseria. Y hay que potenciar una agricultura que tenga en cuenta la biodivesidad y no envenene la tierra.

Por eso es fundamental ayudar a los agricultores que producen alimentos nutritivos, favorecer su acceso a los mercados rebajando los costes de distribución. El desperdicio de alimentos es la gran contradicción de un mundo hambriento. Hay que lograr la seguridad alimentaria y mejorar la nutrición de muchas personas. En treinta años 300 millones de personas han salido de la pesadilla del hambre aunque la población mundial ha aumentado en casi dos mil millones. Las acciones sobre el terreno han dado resultados positivos. Pero los hombres y las mujeres nunca serán dueños de su vida, creadores de futuro y ciudadanos responsables si no se acaba con el hambre.

 

Andrea Riccardi

 

Artículo publicado en el Corriere della Sera

 

[Traducción de la redacción]