El papa Francisco, en el ángelus del Domingo de la Palabra, recuerda a Edwin, un sintecho que murió de frío en Roma

Al finalizar el ángelus de hoy, 24 de enero, el papa Francisco, tras haber recordado la fiesta de la Palabra de Dios a la que está dedicada este domingo, ha recordado a Edwin, un hombre sintecho que murió de frío hace unos días en Roma, no lejos de San Pedro. Estas son sus palabras:

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo está dedicado a la Palabra de Dios. Uno de los grandes dones de nuestro tiempo es el redescubrimiento de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, a todos los niveles. La Biblia nunca ha sido tan accesible a todos como hoy: en todas las lenguas y ahora también en los formatos audiovisuales y digitales. San Jerónimo, de quien he recordado hace poco el 16° centenario de la muerte, dice que quien ignora la Escritura ignora a Cristo (cfr. In Isaiam Prol.). Y viceversa, es Jesucristo, el Verbo hecho carne, muerto y resucitado, el que nos abre la mente a la comprensión de las Escrituras (cfr. Lc 24,45). Esto sucede especialmente en la Liturgia, pero también cuando rezamos solos o en grupo, especialmente con el Evangelio y con los Salmos. Doy las gracias a las parroquias y les animo en su esfuerzo constante por educar a la escucha de la Palabra de Dios. ¡Que nunca nos falte la alegría de sembrar el Evangelio! Y repito otra vez: tengamos la costumbre, tened la costumbre de llevar siempre un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para poderlo leer durante la jornada, al menos tres o cuatro versículos. El Evangelio siempre con nosotros.

El pasado 20 de enero, a pocos metros de la Plaza de San Pedro, fue encontrado muerto a causa del frío un sintecho nigeriano de 46 años, llamado Edwin. Su historia se añade a la de otros muchos sintechos recientemente fallecidos en Roma en las mismas circunstancias dramáticas. Recemos por Edwin. Que nos sirva de advertencia lo que dijo San Gregorio Magno que, ante la muerte por frío de un mendigo, afirmó que ese día no se celebrarían Misas, porque era como el Viernes Santo. Pensemos en Edwin. Pensemos qué sintió este hombre, de 46 años, en el frío, ignorado por todos, abandonado, también por nosotros. Recemos por él.

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