Daños del covid y desafío educativo. No etiquetemos a los jóvenes; tomémosles en serio

Artículo de Marco Impagliazzo

Lo sabemos: nuestros hijos han vivido un drama dentro del drama en estos largos meses de pandemia. Han soportado los confinamientos con muy poca escuela junto a una presión psicológica sin precedentes. En estas páginas han escrito mucho al respecto, y muy profundamente, neurocientíficos, educadores, madres y padres, y sacerdotes. Los últimos días, en las páginas de otro periódico, el padre Antonio Mazzi ha vuelto a ahondar sobre los adolescentes y sobre las consecuencias directas e indirectas que la covid-19 tiene sobre ellos.

Muchos estudios, mientras tanto, siguen denunciando el creciente malestar que experimentan, señalando fenómenos más extremos como el aumento de intentos de suicido y las autolesiones. Mucho más difuso ha sido el desconcierto que han vivido por el aislamiento forzado y los problemas que han tenido para estar con sus coetáneos. Muchos padres y profesores han visto cómo hijos y alumnos se cerraban en ellos mismos, estaban más 'apagados', eran más frágiles emotivamente, mostraban un carácter más débil, les costaba más hacer frente a los problemas del día a día, en la familia, en el colegio, con los amigos. Todo eso sin tener en cuenta los menores que ya no van a la escuela, que han tirado la toalla y están cayendo en las fauces de la enseñanza a distancia.

Cansancio, incertidumbre y apatía han afectado a toda una generación. ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo empezar de nuevo 'con' y 'para' estos jóvenes? El camino no puede ser el de insistir en el tema de la 'generación covid', como acertadamente ha destacado Mazzi: «Nos llegan jóvenes con desequilibrios internos o externos. Convenzo a los padres de que hay que afrontar el sufrimiento de un joven que [solo] en una mínima parte es patológico. No existen los autistas, los bipolares, los esquizofrénicos, los anoréxicos, los psicóticos, los violentos agresivos, sino que existen adolescentes y jóvenes con problemas. Me niego (salvo en casos muy graves) a catalogar a los jóvenes que piden ayuda, del mismo modo que siempre nos hemos negado a etiquetar a cualquiera».

No hay que crear una nueva categoría para encasillar a un adolescente con problemas, preludio de una medicalización (y, por tanto, una desresponsabilización) del problema. La solución consiste en hacerse cargo de la pregunta que tienen sobre el futuro y responder con más acompañamiento, participación y responsabilidad: nuestros hijos nos piden más vida y más sentido de la vida.

¿Es útil (y para quién) colgar a los niños etiquetas que definen precozmente las diversidades tal como ocurre en el sistema escolar y en nuestra sociedad? En realidad son atajos que crean la falsa ilusión de resolver los problemas, pues ciertas etiquetas o definiciones pueden acompañarles durante todo su itinerario escolar y pueden tener consecuencias incluso en su educación superior. Umberto Galimberti afirma que estamos inmersos en una cultura que nos convence de que todo individuo es frágil y débil, por lo que es indispensable recurrir continuamente a prácticas terapéuticas o a la asistencia de un tutor. Con el malestar adolescente asociado a la covid-19 corremos el riesgo de ir en la misma dirección, pero nuestra sociedad no puede prescindir de la contribución activa de estos niños y jóvenes que corren el peligro de quedar 'descartados'.

«Los jóvenes maduran si se sienten atraídos por quienes tienen el valor de perseguir grandes sueños, de sacrificarse por los demás, de hacer el bien al mundo en que vivimos», dijo el papa Francisco en los Estados Generales de la Natalidad. Eso es lo que tenemos que ofrecer a nuestros hijos para que salgan del triste gris de un mundo marcado por las limitaciones y por la autolimitación. Debemos abrir un nuevo tiempo en el que, como comunidad, cuidemos a los más jóvenes con responsabilidad y confianza.

La cuestión es creer que el corazón de los niños, adolescentes y jóvenes se curará si las metas que les planteamos están a la altura del sufrimiento que ha vivido todo el planeta. Dicho de otro modo, si no los etiquetamos como enfermos, sino que los consideramos parte del cuidado que necesita el mundo; si no los medicalizamos, sino que esperamos que sean médicos de un tiempo nuevo, hecho de cuidado del medio ambiente, de respeto por los más frágiles, de gente que siente que está en la misma barca.

Mario Draghi, hablando en el encuentro sobre la natalidad celebrado en Roma, apuntó: «Una vez perdido el optimismo, a menudo insensato, de los primeros diez años de este siglo, empezó un periodo de revisión de lo que somos. Y descubrimos que somos peor de cuanto pensábamos, aunque también más sinceros porque vemos nuestros puntos frágiles, y más dispuestos a escuchar voces que antes eran marginales».

El tiempo que se abre ante nosotros es el tiempo de una nueva sinceridad. Sinceridad con nosotros mismos, adultos que encuentran un camino de verdad y de responsabilidad. Y sinceridad con los jóvenes, que ya no quedan al margen en la construcción de un futuro distinto y mejor sino que son fundamentales para construir dicho futuro. No les marquemos como los nuevos enfermos; convirtámoslos, más bien, en protagonistas de pleno derecho de una sociedad basada en la participación y apasionada por el futuro.

Marco Impagliazzo

Artículo publicado en Avvenire

[Traducción de la redacción]