Una iglesia madre, con las puertas y los brazos abiertos: los pobres hablan en el Encuentro sinodal de Sant'Egidio de Madrid con el arzobispo, el cardenal Carlos Osoro

«Me gustaría que toda la Iglesia fuera como Sant'Egidio». Son las elocuentes palabras de Antonio, un padre de familia de 35 años con una historia difícil, que conoció la Comunidad de Sant'Egidio cuando tenía solo cinco años. En la Escuela de la Paz, en el barrio de Pan Bendito, encontró acogida y descubrió la alegría de la infancia.

Su testimonio se sumó al de las personas sin hogar, los migrantes, los refugiados, las familias, los niños de varios barrios, los ancianos y las numerosas personas que componen el «pueblo de Sant'Egidio» en Madrid, y que el domingo pasado fueron los verdaderos protagonistas del encuentro sinodal con el arzobispo de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, en la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas.

¿Qué le pedís a la Iglesia? Esta fue la pregunta que guió el encuentro con las personas que participan en la Comunidad de Sant'Egidio, como parte de las reuniones con los diversos sectores sociales dentro de la fase diocesana del Sínodo. Y así, la Iglesia se ha convertido en un diálogo, de la mano de los pobres y de quienes caminan con ellos. Sus voces, sus dolores y aspiraciones —que rara vez se escuchan y con demasiada frecuencia se ignoran— se han convertido en una guía para el camino que la Iglesia debe seguir.

Palabras emocionantes, llenas de esperanza, gratitud y valentía, junto con auténticas historias de resurrección de quienes han encontrado en una comunidad cristiana como Sant'Egidio una familia que les ha ayudado a reconstruir su vida. «La mía es una vida resucitada», dijo Ángel, «y hoy también yo salgo a la calle para encontrar a quienes necesitan ayuda (...) Pido a la Iglesia que sea una madre que siempre acoja y perdone, un lugar donde brille la esperanza de que toda tu vida puede cambiar». «La comunidad de Sant'Egidio es el único lugar donde me llaman por mi nombre», dijo Antonio, un sintecho que vive la Comunidad como un hermano más. Al igual que Antonio, muchos destacaron la importancia del trato humano, cercano y familiar «que no se nos trate simplemente como personas que necesitan ayuda material, sino como parte de la Iglesia». «Me gustaría que la Iglesia fuera un lugar de encuentro y ayuda concreta, donde nos sintamos apreciados y amados, no solo en nuestra debilidad sino también en nuestras capacidades», dijo Juan. Para muchos, Sant'Egidio es la comunidad en la que «volví a rezar, he vuelto a tener esperanza en el Señor» porque, como muchos testimonios también han señalado, «compartimos no solo la ayuda material, que es importante, sino también el Evangelio», la Palabra de Dios, que «ha vuelto a ser muy importante para mí». Ahmed, un refugiado sudanés, valoró la amistad de la Comunidad con las personas que profesan otras religiones, y destacó que esta amistad siembra semillas de paz y fraternidad entre aquellos que son diferentes, pero hermanos. «Soy musulmán y aquí desde el primer día me trataron como a un hermano». El testimonio de Ahmed está en sintonía con el de Luzmila, una ucraniana ortodoxa que vive en Madrid, que agradeció a Sant'Egidio por «ser una familia para mí».
Los testimonios y solicitudes hablan de una Iglesia con puertas abiertas, en la que las personas que han recibido ayuda y consuelo también pueden brindar ayuda y consuelo a los demás. Una Iglesia que escucha abiertamente y que es una familia para los que no la tienen, que fortalece la fraternidad y siembra semillas de paz con gestos diarios y constantes tan necesarios hoy día.