Con los migrantes en la ruta de los Balcanes. Crónica de los Jóvenes por la Paz de Padua y Treviso en Bihać (Bosnia)

#santegidiosummer

«¡No me olvidéis!» Gilberto, un joven migrante de Guinea Bissau a quien conocimos en el campo de refugiados de Lipa, dejó esta frase, escrita en varios idiomas, en el reverso de una foto que tomamos en una de las muchas fiestas que organizamos la semana pasada. Hemos impreso una para cada migrante y para cada uno de nosotros. La frase de Gilberto es una oración y una esperanza.

Y hemos encontrado mucha esperanza, de nuevo este año, en el corazón de los migrantes en Bosnia. Los conocimos gracias también a los operadores del Servicio Jesuita a los Refugiados, que está en Bihać desde 2018. Son menos que el año pasado. En Bihać, en los dos campos de Lipa y Borici, se calcula que hay unas 400 personas. En los refugios improvisados hay otras cien personas. Vienen del norte de África, del África subsahariana (Guinea Bissau, Guinea, Burundi, Camerún...), de los países del Lejano Oriente (Afganistán, Pakistán, Nepal...) y de Cuba. Pasan por Bosnia con la esperanza de llegar a Europa y (muchos) a Italia. A todos les damos una tarjeta de visita con nuestros datos de contacto. Saben que si pueden llegar a Italia, podrán ponerse en contacto con nosotros y recibir ayuda. Es importante para ellos. Significa encontrar una cara amiga que les espera. En los últimos meses y semanas muchos migrantes que conocimos en misiones anteriores ya han encontrado una cara amiga en nuestro país. ¡Llegar a Italia con un saludo de bienvenida es mejor! Y ayuda mirar al futuro con confianza. En Bihać, algunos jóvenes afganos nos hablaron de la situación de su hermoso y maltratado país (de lo que ya no se habla hoy en día) y de cómo tuvieron que escapar debido a las amenazas y las posibles represalias del régimen talibán. Varios de ellos trabajaban en el ejército o al servicio de instituciones occidentales. Hoy ya no tienen nada seguro. Solo saben que buscan la paz. Bilal, uno de ellos, tiene 12 años; llegó a Bosnia sin sus padres, haciendo el viaje con un primo, un poco mayor que él. Cuando lo conocimos, nos pidió algo que nos sorprendió: una linterna, porque le da miedo la oscuridad de la noche.

En estos días que pasamos con los migrantes nos hemos encontrado con el dolor de una humanidad herida, pero también con la gran dignidad de cada uno de ellos y con la esperanza inquebrantable de un futuro mejor. Los llevamos en el corazón y nos esforzamos por no olvidarlos —como nos pidieron—, rezando por ellos y trabajando para que nuestras sociedades sean más inclusivas y acojan a quienes llaman a nuestras puertas pidiendo paz, amistad y solidaridad.