Los jueves de Sant'Egidio para los refugiados de Ucrania. Parada solidaria en Trastevere (Roma) para los refugiados que no tienen nada

No estamos solos
 

Todos los jueves, dos mil ucranianos reciben paquetes de comida y ropa en la Comunidad de Sant'Egidio. Un ejército de voluntarios ofrece asistencia, consejos e incluso clases de italiano: un faro romano contra la guerra. 

Volodymyr tiene los ojos cansados, mira lo que hay en su paquete y sonríe. También hoy lleva a casa buena comida y ropa limpia para él y sus dos hijos de 9 y 14 años. Se repite lo mismo desde el 19 de mayo, desde que la guerra llegó a su ciudad, Chmelnytskyi, en el centro de Ucrania, y se fue como refugiado a Italia y conoció a los voluntarios de la Comunidad de Sant'Egidio.
Todavía hay muchos refugiados ucranianos en Italia, y todavía necesitan muchas cosas, si no todo. Es una emergencia que ha pasado un poco al segundo plano en nuestras conciencias. Sin embargo, en la Comunidad de Sant'Egidio en Roma, la maquinaria humanitaria hoy funciona igual que el 24 de febrero. «El centro de asistencia a los refugiados está abierto una vez a la semana. Desde que comenzó la guerra, solo hemos cerrado dos semanas en agosto», explica Antonio Gallo, que es un voluntario histórico de Sant'Egidio y que dedica su tiempo en el centro a colocar ropa y zapatos en grandes mesas de madera. Dice: «Repartimos cosas esenciales: además de ropa y zapatos, paquetes de alimentos, pañales y leche en polvo. Pero también juguetes y material escolar. Este verano también hemos dado sombreros y gafas de sol. Los ucranianos tienen la piel clara y no están acostumbrados a nuestro calor».

Casa y cuidados
Dos mil refugiados acuden todos los jueves al centro de Trastevere, en el corazón de Roma, y se llevan a casa lo que necesitan. Todavía tienen el horror de las bombas en sus ojos. La historia de Valentina, sin embargo, es un poco diferente de las demás. Es una joven madre que llegó a Roma desde Zaporiyia a principios de febrero, cuando la guerra aún no había estallado. Entonces no imaginaba que se quedaría en Italia durante tanto tiempo. Había venido a Roma con Anna, su niña de 5 años, enferma de epilepsia, para recibir tratamiento en el hospital infantil Niño Jesús. «Estamos alojados en una casa de la asociación Peter Pan que nos ofreció el hospital Niño Jesús», nos cuenta. Para entendernos, nos ayuda Lena, una niña ucraniana que huyó de la guerra del Donbass y es voluntaria en la Comunidad, donde aprendió italiano. Sí, porque además de la distribución de paquetes, el centro también organiza cursos de italiano y asistencia para las solicitudes de trabajo.
«Nuestro gobierno ha creado medidas especiales para los ucranianos: por razones humanitarias, pueden disponer de tarjetas sanitarias y un permiso de residencia», explica Antonella Antezza, también voluntaria histórica. Y añade otro eslabón de humanidad: «Nos ocupamos de 60 personas que necesitan diálisis y que huyeron de la guerra y los hemos repartido por los hospitales de Roma. Algunos de ellos están esperando un trasplante», dice también Antonella antes de entrar a un pasillo a toda prisa. Hay poco tiempo y mucho por hacer.
La máquina humanitaria de la Comunidad de Sant’Egidio es una máquina bien engrasada que no cruje por ninguna parte. Cada uno tiene su lugar, nada se deja al azar. Funciona igual en las comunidades del extranjero. Así lo atestigua Yuri Lifanse, ucraniano de Kiev que vino a Roma para la marcha por la paz y ahora regresa a su tierra natal, donde se ocupa de cuatro centros de asistencia para sus conciudadanos. Explica: «Hay dos centros en Kiev, uno en Leópolis y otro en Ivano-Frankivsk», es decir, en medio de las bombas. Agrega: «Hay muchos desplazados. Necesitan de todo, pero sobre todo ropa de abrigo: el invierno es frío y Rusia sigue destruyendo nuestro sistema energético. Abrimos los centros el 5 de marzo».

Daniela Pompei es imparable. Dirige el centro para refugiados y recorre las salas comprobando cada detalle. En la sala donde se registra la asistencia, hubo picos de hasta trescientas e incluso cuatrocientas personas en unas pocas horas. Por eso cada uno recibe un número: deben disponerse en filas ordenadas; de lo contrario, es imposible atenderles. Maria Elvira se ocupa de la sala de la ropa, adonde Volodymyr acude también hoy y donde, como siempre, siente el calor de aquella ayuda, indispensable para él, que no fue llamado a filas, un llamamiento que no habría podido atender. La madre de sus hijos se fue sin dejar rastro y lo dejó con uno niño de 9 años enfermo de cáncer.

[Alessandra Arachi]

[Traducción de la redacción]