Somos una sola humanidad

Somos una sola humanidad

A raíz de la pandemia del coronavirus, el 14 de mayo se celebró a nivel mundial una jornada de ayuno, plegaria y caridad. Esta jornada era promovida por el Alto Comité de la Fraternidad Humana, donde se reencuentran musulmanes y cristianos. La convocatoria venía del gran imán Al-Tayyeb y del papa Francisco, que ya habían firmado el año pasado el Documento de Abu Dabi sobre la fraternidad, la paz y la convivencia. En palabras de Marco Impagliazzo, “el coronavirus ha sembrado la muerte, el miedo y la pobreza, ha debilitado los vínculos sociales y ha hecho caer en el abismo de la incertidumbre familias y pueblos”. Ante esto, los creyentes de la gran familia de los hijos de Abraham se han unido para dar una respuesta religiosa en esta época de descalabro global. Y han invitado a los otros creyentes de las religiones del mundo a hacer lo mismo.

Somos una sola humanidad. Y tenemos un problema que es común: la pandemia –término que significa “todo el pueblo”. El coronavirus no es exclusivo de una raza o de una cultura o de una religión. Todos, sin excepción, estamos en la misma barca. La prueba, la tenemos en el hecho de que, con el coronavirus, las guerras, tanto las conocidas como las olvidadas, momentáneamente han cesado. Los que antes se combatían entre sí, ahora tienen bastante trabajo a combatir el virus y procurar que no los pille a ellos. El virus no ahorra a nadie, y todo el mundo busca salvar la vida.

 
 

 

Los que antes se combatían entre sí ahora tienen bastante trabajo con combatir el virus y procurar que no los pille a ellos

 

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Una cosa parecida sucedió en la barca más famosa de la historia, el arca de Noé. El texto bíblico es expresivo: una representación de los animales que caminan, domésticos y salvajes, y de los bichos que se arrastran, y también de las aves, pájaros e insectos que van por los aires, todos entran en el arca “de pareja en pareja”, junto con Noé y su familia ( Génesis 7,9). De esta manera, seres vivos de cualquier tipo, tanto los beneficiosos como los nocivos (!), todos se salvan. Este es, en medio de la pandemia, el deseo unánime: que se salve todo el mundo o, al menos, el mayor número posible de enfermos.

En el arca de Noé todos se salvaron porque nadie hizo daño al que tenía al lado. Ni la serpiente picó el buey, ni el elefante aplastó la tortuga. Ni el león devoró el cordero, ni el águila se abalanzó sobre la gacela. Todo el mundo cuidó del otro, fuera amigo o adversario. Tampoco Noé fue molestado. Si el arca se hubiera convertido en un lugar de enfrentamientos y de conflicto, no se habría salvado nadie. Aquello que el diluvio no había podido conseguir, lo habrían “conseguido” los mismos tripulantes del arca, es decir, los seres vivos que viajaban. Sin embargo, pudieron sobrevivir porque aquella arca se había convertido en un mundo de paz y de convivencia, en el cual nadie quería imponerse en nombre de su fuerza o de su inteligencia. Sabían que no podían salvarse solos y que se necesitaban los unos a los otros. El arca de Noé flotaba sobre las aguas como un arca de paz, y cuando el diluvio se hubo acabado apareció entre las nubes el arco multicolor, signo que la humanidad seguiría existiendo. Habría, quizá, azotes, pero nunca más ningún diluvio.

Somos una sola humanidad. Ante la Covid-19 no hay diferencias entre un ser humano y otro. Nos pueden separar cosas diversas (las creencias, la cultura, la concepción de la vida, las estructuras económicas y sociales), pero es más lo que nos une: la condición humana, que compartimos todos, expuesta a la enfermedad, sujeta a fragilidades de todo tipo, ennoblecida por capacidades y habilidades variadísimas.

Es precisamente en nombre de esta condición humana común que hace falta afirmar, ante las grandes cifras de personas de más de 65 años muertas de coronavirus, que no puede haber una “sanidad selectiva”, donde se tengan que descartar enfermos por edad, por condiciones de salud o por falta de instrumental. Las personas vulnerables no son un peso inútil y costoso, y tienen que ser tratadas en pie de igualdad con las otras. En este punto hace falta una “revuelta moral”, como ha propuesto la reciente carta-llamamiento a favor de los ancianos, promovida por Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, y firmada por un grupo relevante de intelectuales y políticos europeos. Somos una sola humanidad, y
los ancianos forman parte plenamente de ella. Más todavía, son
la memoria y la sabiduría, y su vida es preciosa y tiene que ser pre-
servada.


[ Armand Puig i Tàrrech ]