Una sociedad que descarta a los ancianos no tiene futuro

El Covid-19 se ha llevado por delante la vida de buena parte de una generación que después de la guerra trabajó por la reconstrucción y la democracia. Han desaparecido silenciosamente sin el agradecimiento y el afecto que merecen.  Un verdadero drama humano que nos hace estremecer y ha evidenciado una fragilidad estructural de nuestra sociedad que ha visto resurgir la solidaridad hacia los más vulnerables, la excelencia médica y la calidad del personal sanitario.

 

Pero más de la mitad de los fallecidos por coronavirus en Europa vivían en residencias. ¡Hay algo que no funciona! En España el 4% de los mayores de 65 años viven en residencias y allí han muerto más de la mitad de todos los fallecidos por coronavirus, más de 19.000 personas. Durante el confinamiento se ha mostrado dramáticamente la incapacidad de estas estructuras de salvaguardar las vidas más débiles. Antes de la pandemia habíamos cerrado los ojos para no ver y no tener que afrontar una verdad incomoda. Estábamos construyendo una sociedad utilitarista que aislaba a los más frágiles en instituciones costosas e ingratas, porque están más solos. Alzando la bandera de una supuesta eficacia se construyó un sistema de atención a los ancianos poco respetuoso con su dignidad y su voluntad, porque quieren quedarse en casa.

 

Las dramáticas cifras de muertos en las residencias no se hubieran dado si no se hubiese abierto paso la idea de que se pueden sacrificar las vidas de los ancianos en beneficio de otras.  La cara más oscura de la “cultura del descarte” ha aparecido durante la pandemia. No ha existido una sanidad para todos, basada en la ética democrática y humanitaria que consiste en no hacer distinción de personas.  En su lugar ha aparecido una “sanidad selectiva”, donde los ancianos son considerados como víctimas aceptables.

 

Conmocionados por esta masacre y para pedir una sanidad para todos ha surgido el llamamiento internacional “sin ancianos no hay futuro”. Impulsado por Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, ya lo han firmado miles de personas como el ex presidente de la Comisión Europea R. Prodi, el filósofo J. Habermas, el sociólogo M. Castells, o el economista Jeffrey Sachs (nuevas adhesiones en www.santegidio.org).  Pensar que nuestra sociedad no puede permitirse demasiados ancianos porque son demasiado costosos y no productivos, es una aberración. Si rebajamos el valor de la vida frágil y débil de los más ancianos, nos preparamos para devaluar todas las vidas, aceptamos simplemente una cultura de muerte.

 

Si queremos que prevalezca la lógica de la vida debemos cambiar esta cultura. Un planteamiento utilitarista ya sabemos donde nos ha llevado. El principio de salvar una vida es siempre costoso. Pero para conservar lo que hemos conquistado en las últimas décadas tenemos que invertir en la sanidad pública y no considerar una mala inversión las políticas de prevención. Los principios de igualdad de tratamiento y de derecho universal a la asistencia sanitaria son indiscutibles para tener una sanidad para todos, sin exclusiones.

 

Construir una sociedad en la que la bendición de una larga vida no se convierta en una maldición de un final miserable no es difícil de imaginar. Para quien es autosuficiente o tiene pequeños problemas de salud o de dependencia (como la mayoría de los ancianos) no sirve la residencia, existen alternativas menos costosas que permiten vivir, seguramente, más y mejor. El modelo actual basado en la institucionalización de los ancianos no funciona, no es sostenible y deja a los ancianos solos. Hace falta hacer una profunda reflexión: un cambio de mentalidad y de modelo.

 

Los ancianos quieren y pueden quedarse en casa si somos capaces de construir redes de solidaridad y proximidad para que estén acompañados y atendidos. Las convivencias, co-housing, pisos tutelados o casas familiares ya son una realidad. En cualquier caso, es preciso potenciar la asistencia domiciliaria y una necesaria integración entre la atención social y sanitaria a nivel territorial. Los ancianos y sus familiares necesitan ayudas económicas y los servicios necesarios para hacerlo posible, y disponer de personas que los cuiden.

Como sociedad tenemos que plantearnos este cambio de modelo y aprender a vivir de un modo distinto, sin aislar a los ancianos. Porqué a través de todo este malestar se ha impuesto una certeza: una sociedad que deja morir a sus ancianos no tiene futuro.


[ Jaume Castro ]