Deseo mundial de fraternidad

La aceleración de la reducción del bienestar en muchas franjas de la sociedad a causa de la pandemia de la Covid-19 hace pensar que la vida del mañana será más dura. Mientras tanto continúan los flujos de refugiados hacia Europa y en muchas regiones del mundo se vuelven a abrir viejos conflictos como en Nagorno-Karabaj. Concentrarnos en nuestras dificultades nos hace más insensibles para ver más allá y darnos cuenta de los problemas de los otros. Vivimos un tiempo complicado y contradictorio, donde incluso lo que parecía consolidado, se pone en discusión. La lógica de las cosas conquistadas está en crisis y se detecta un vacío de visiones sobre el mundo en los ámbitos de la política, la cultura o la misma Iglesia.


Concentrados en nuestras dificultades somos insensibles para ver más allá y damos cuenta de los problemas de otros


En este contexto el papa Francisco propone "la fraternidad y la amistad social” como elementos centrales para construir un futuro con esperanza. La propuesta de Fratelli tutti, título de la encíclica, puede parecer una ingenuidad en este contexto de crisis o una propuesta justa pero a destiempo. A partir de una atenta lectura de las sombras de un mundo que se mueve entre la globalización y el cierre, Francisco pone evidencia la gran dificultad de nuestro tiempo: “Actuar conjuntamente”. “Necesitamos constituirnos en un ‘nosotros’ que habita la casa común” –sugiere el Papa– porque “el ‘sálvese quien pueda’ se traducirá rápidamente en el ‘todos contra todos’, y eso será peor que una pandemia”. Como ha señalado a Andrea Riccardi: “Hermanos todos lanza la globalización de la fraternidad como camino para recrear los vínculos, sanar los conflictos, afirmar la paz, afrontar conjuntamente el futuro en contraste con el individualismo contemporáneo”.

La fraternidad se declina en muchos temas para leer y meditar. Condena el “descarte” de los ancianos, la indiferencia ante los refugiados, la pena de muerte o la falta de diálogo. En la línea del pensamiento social de la Iglesia y en nombre de la fraternidad no acepta el mundo tal como es y propone rehacer la complejidad de las relaciones internacionales, locales e interpersonales, a la vez que pide “la mejor política” puesta al servicio del verdadero bien común. En esta visión fraterna de la humanidad, la guerra no es un fantasma del pasado, sino que “se ha convertido en una amenaza constante” que trae sufrimiento y consecuencias dramáticas: la destrucción del medio ambiente, los refugiados, la herencia de discriminación y odio, el terrorismo, la proliferación de armas.


La fraternidad condena el descarte de los ancianos, la indiferencia ante los refugiados o la falta de diálogo


Leyendo la encíclica emerge el convencimiento de que la paz es siempre posible. “Cada uno de nosotros –dice el Papa– está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las vías del diálogo y no levantando nuevos muros”. El diálogo entre las religiones es un terreno de fraternidad porque “el mandamiento de la paz está inscrito en el interior de las tradiciones religiosas” y “la violencia no encuentra base en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones”.

Este espíritu de fraternidad entre las religiones está vivo. El pasado 20 de octubre hubo un encuentro en la plaza del Campidoglio de Roma entre el papa Francisco y representantes de las grandes religiones mundiales, organizado por la Comunidad de Sant'Egidio. Los mundos religiosos, afirmando que Nadie se salva solo: Paz y Fraternidad, mostraron a la humanidad un camino con futuro después de la pandemia, para no desanimarse y no quedar desorientados. Los sueños se construyen juntos y para hacerlos realidad hay que hacer nacer entre todos un deseo mundial de fraternidad.


[ Jaume Castro ]