Desorden mundial, política y religiones. No terminemos rotos «en pedazos». Artículo de Marco Impagliazzo en Avvenire

Desorden mundial, política y religiones. No terminemos rotos «en pedazos». Artículo de Marco Impagliazzo en Avvenire

El desorden del nuevo mundo va en aumento. El planeta lleva mucho tiempo sin un centro, los espacios de colaboración están disminuyendo y el futuro sigue siendo incierto. La antigua centralidad europea y el más reciente choque bipolar entre el capitalismo y el comunismo no han sido reemplazados por ningún marco de referencia común. En 1989 se dejó escapar una gran oportunidad, cuando no quisimos avanzar hacia un mundo más unido y optamos primero por la arrogancia unipolar y luego por el choque de civilizaciones. De ese modo desperdiciamos la paz.

El resultado fue la sucesión de muchos conflictos –«la Tercera Guerra Mundial en pedazos»– hasta el desastre ante los ojos de todos en Ucrania, donde se enfrentan la mayor potencia nuclear y, mediante un pueblo interpuesto, la mayor alianza militar del mundo. Aunque se pueda evitar una escalada devastadora, esta guerra seguirá teniendo consecuencias trágicas y nada volverá a ser como antes.

Ya se habla de «desglobalización» y de la «nueva guerra fría». El grado de interdependencia que ha asumido la economía planetaria se percibe ahora como una amenaza: el clima de creciente hostilidad y guerra hacen pensar que depender de los demás siempre es un riesgo. Y así el mundo se divide rápidamente. El enfrentamiento bipolar en la segunda mitad del siglo XX fue duro pero se basó en reglas y líneas rojas que no se cruzaban oficialmente: convivían los cordones sanitarios (el Muro de Berlín, por ejemplo, pero también muchos otros muros...) con relaciones formales y diplomáticas, culturales y deportivas entre los bloques, consagradas por la participación en las Naciones Unidas. Dentro de cada esfera de influencia, estaba claro cómo moverse y hasta dónde.

Hoy el enfrentamiento parece igual de duro, pero todavía no existe un marco de normas, que debe reconstruirse. Al mismo tiempo, conviven zonas de fricción y la ausencia de normas, lo que crea vacíos peligrosos y fuera de control. Muchas potencias medias se sienten con derecho a maniobrar libremente de acuerdo con un esquema de geometría variable, ocupando áreas que los grandes intereses geopolíticos dejan libres. Los actores globales se han multiplicado: ya no son solo los estados, sino también las empresas transnacionales o las redes criminales globales. Tras la «guerra mundial en pedazos» podría llegar una «guerra fría en pedazos».

Al igual que a nivel social se han degradado las redes que mantenían a las personas unidas y les daban un contexto de referencia y orientación, también a nivel mundial han desaparecido los marcos de referencia del pasado, empezando por el legado unitivo de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La prueba del desmoronamiento del multilateralismo está en la crisis de las Naciones Unidas, que cada vez es menos incisiva y cuenta con una participación cada vez menor, aunque siga siendo la única «plaza global» de encuentro entre los países. La tragedia de nuestro tiempo consiste en este ser «en pedazos», tanto en la guerra como en la paz.

La soledad y el narcisismo ya no son enfermedades solo de la persona, sino que se elevan a escala nacional, se convierten en soberanismo y autorreferencialidad identitaria, transformando la política en personalismo de los líderes y en una dependencia exagerada de la comunicación y el consenso. El miedo provocado por la guerra y la pandemia crea ondas irracionales y emocionales en las sociedades y entre los votantes sin que los gobernantes –al menos en las democracias– puedan articular un nuevo discurso de visión del futuro. Aún más grave es que todo esto se prepara en un contexto de creciente abandono de las preocupaciones medioambientales y demográficas, que la guerra actual ha relegado al grupo de las buenas intenciones ingenuas.

La paradoja es que, si bien la realidad debe empujarnos hacia la cooperación y el «hacer juntos», las emociones manipuladas por líderes sin escrúpulos transforman el tiempo presente en aislamiento y fragmentación, por cálculos egoístas. La situación real de nuestro mundo, en cambio, nos debería llevar a ser uno, y no «en pedazos». Es el camino que el Papa viene proponiendo desde hace tiempo, el de la Laudato Si' y la Fratelli Tutti, precisamente cuando se ve más claramente el abismo hacia el que se dirige una humanidad «en pedazos» en un planeta con problemas.

La verdadera novedad de nuestro tiempo es que, mientras el mundo está dividido, las religiones se hablan entre sí e intentan emprender el camino opuesto, una al lado de la otra, a partir de lo que une y no de lo que divide. El Papa lo ha manifestado en muchas ocasiones, en viajes y encuentros, como el que celebró con el Islam, que dio como resultado el Documento sobre la Fraternidad Humana, en el que, junto con el Gran Imán al Tayyeb, indicaba un camino que hoy parece cada vez más decisivo para todos. El esfuerzo unitivo de las religiones es un camino que hay que emprender con audacia en un mundo «en pedazos».

Si estos temas también entraran de manera responsable en la campaña electoral para el próximo Parlamento italiano, incluso la crisis confusa e iracunda que llevó al final anticipado del gobierno y de la legislatura podría contribuir, como deseaba el presidente de la CEI, el cardenal Matteo Zuppi, a «fortalecer el sentido de una comunidad de destino y la pasión por mejorar nuestro país y el mundo».

[Traducción de la redacción]

Artículo original en Avvenire

 


[ Marco Impagliazzo ]