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19 Septiembre 2016 09:30 | Palazzo Monte Frumentario

Discurso de Abraham Skorka



Abraham Skorka


Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano “Marshall T. Meyer", Argentina

La dramática necesidad de paz de la humanidad sugirió a San Juan Pablo II, hace 30 años, convocar a los líderes religiosos y espirituales de todo el mundo para una oración por la paz en Asís.
Hoy, 30 años después, el mundo no ha cambiado, la violencia y el odio continúan su camino terrorífico, y tremendos crímenes nos sorprenden cotidianamente, día tras día.
La incertidumbre se convierte cada vez más en una de las características de la realidad humana. La Unión Europea, que había sido construida con esfuerzo y pasión con el objetivo de borrar de una vez para siempre el odio entre las naciones europeas rivales, ha mostrado durante los últimos años serios síntomas de colapso. Lo que parecía ser un modelo bien consolidado de interacción internacional, en el presente está vacilando. El Brexit es un claro ejemplo.
En el nombre de Dios, los individuos pueden acercarse a otros seres humanos para apuñalarlos hasta la muerte. Guerras despiadadas progresan en muchas partes del mundo y la comunidad de las naciones se revela completamente incapaz de detener este drama. Un egoísmo ciego y exacerbado continua siendo el principal factor de decisión de nuestra actual realidad humana.
Algunos individuos que proclaman ideas racistas, fuertemente nacionalistas y segregacionistas, ocupan posiciones de liderazgo en naciones de democracia consolidada, así como en otras, que están construyendo a su vez un contexto democrático.
La incertidumbre respecto al futuro que se prepara y la ausencia de reglas éticas claras respetadas por los pueblos y naciones, constituyen el mejor escenario para el crecimiento de líderes demagógicos y corruptos que imponen realidades demenciales dentro de sus pueblos y de sus naciones.
Treinta años después del primer encuentro en Asís, no podemos decir que la humanidad sustancialmente haya cambiado su actitud, pero la voz que reclama la justicia, la paz y el amor entre las personas, que ha emergido desde entonces, no se ha hecho callar y el fuego espiritual que se encendió entonces nos hacer reunir hoy.
Todos los esfuerzos para traer la paz entre los seres humanos suscitan inmediatamente la pregunta: ¿nosotros podemos alcanzar realmente y auténticamente una realidad de paz? ¿O la cuestión es una mera utopía soñada por individuos sensibles con una gran imaginación y una gran falta de realismo? Al final, ¿quizás somos nosotros, en última instancia, un animal sofisticado incapaz de superar la cruda ley darwiniana de la supervivencia?
Para los creyentes en el Dios trascendente de la Biblia, hacer y perseguir la paz es una de las acciones más importantes que Dios exige por parte de cada uno. En el libro de los Salmos, en el capítulo 34 (12-16) leemos: “Venid, hijos, escuchadme: Os enseñaré el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que desea la vida y ama los días en los que ver el bien? Aparta la lengua del mal, los labios de palabras de mentira. Mantente lejos del mal y haz el bien, busca y persigue la paz”.
De estos versículos entendemos que conseguir la paz necesita un proceso, en otras palabras: saber cómo actuar para hacer el bien, para ofrecer un estímulo y una ayuda para la multiplicación de la paz para toda la Humanidad. Esto pide un arduo trabajo sobre nuestras almas.
¿Pero qué tipo de trabajo se tiene que hacer para transformar cada individuo y una entera sociedad, proporcionándoles los anticuerpos necesarios que les hagan capaces de dominar las propias pasiones destructivas?
El humanismo intelectual que ha marcado la cultura europea en los siglos XVIII, XIX y parte del XX, también ha considerado la construcción de la paz como uno de los retos principales, que habrían tenido que ser conseguidos a través de un proceso intelectual. En 1932, el entonces apenas creado Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de la Liga de la Naciones, propuso a Albert Einstein conducir un intercambio epistolar con una personalidad de su elección para analizar un tema seleccionado por el mismo Einstein. Él eligió Sigmund Freud, y el tema fue “¿Existe algún modo para alejar la humanidad de la amenaza de la guerra?” Las cartas fueron publicadas en 1933, en París, con el título: Warum Krieg? (¿Por qué la guerra?)
Einstein analiza el problema de la violencia o de los impulsos destructivos en el ser humano desde diferentes puntos de vista. Parte de la organización política mundial y de los tratados que intentan evitar los conflictos internacionales. Una vez demostrada su fragilidad, acaba con la pregunta sobre cómo dominar los impulsos destructivos que forman parte de la psique del ser humano. Einstein escribe a Freud con la esperanza que recibirá alguna respuesta para desarrollar un recorrido que permita la construcción de un hombre civilizado, que aborrezca la violencia.
La respuesta de Freud no es optimista. Él subraya la importancia de los impulsos para el ser humano, el impulso de vida y el impulso de muerte. Eros y Thanatos. Freud concluye que a través de un proceso de civilización el ser humano puede adquirir los instrumentos necesarios para ser capaz de dominar Thanatos. Pero, desde otro punto de vista, enfatiza los grandes problemas unidos a esto proceso.
En el mundo de Freud y Einstein la presencia de un Dios trascendente no existe. La cultura y la civilización se reducen a una decisión humana. No hay otro ser, aparte del íntimo círculo familiar del individuo, y la sociedad de la que forma parte, que le requiera un comportamiento de justicia y compasión.
Freud acaba su respuesta a Einstein diciendo:
“De los caracteres psicológicos de la civilización, son dos los que parecen más importantes: el refuerzo del intelecto, que empieza a dominar la vida pulsional, y la interiorización de la agresividad, con todas las ventajas y los peligros que comporta. O bien, ya que la guerra contradice la manera más estridente toda la actitud psíquica que nos impone el proceso civil, tenemos necesariamente que rebelarnos contra ella: simplemente ya no la soportamos; no se trata sólo de un rechazo intelectual y afectivo, para nosotros pacifistas se trata de una intolerancia constitucional, como para nombrar la máxima idiosincrasia. Y me parece que las degradaciones estéticas de la guerra no tienen en nuestro rechazo una parte menor de su crueldad. ¿Cuánto tendremos que esperar para que otros se vuelvan pacifistas? No se puede decir, pero quizás no es una esperanza utópica que el influjo de dos factores – una actitud más civil y el justificado temor de los efectos de una guerra futura – ponga fin a las guerras en un futuro próximo. Por qué vías directas o indirectas no podemos adivinarlo. Mientras podemos decirnos: todo lo que promueve la evolución civil trabaja también contra la guerra.
Le saludo cordialmente y le pido disculpas si mis observaciones le han decepcionado. Suyo…”
Ochentaicuatro años después de estos conceptos desarrollados por Freud en su respuesta a Einstein, resulta evidente la “actitud cultural humana” y no el poder necesario para dominar los impulsos destructivos en el ser humano. La Alemania nazi es el ejemplo más evidente. Una de las naciones más civilizadas de su tiempo fue transformada por un régimen de terror en una fantástica máquina de guerra y en un sofisticado instrumento de anulación en las manos de gobernantes enfermos.
Por otro lado, el temor de las consecuencias de un [conflicto] futuro no ha tenido en el pasado, ni tampoco en el presente, una real disuasión contra la violencia y la guerra.
Según la visión bíblica del ser humano, la única manera capaz de dominar las pulsiones destructivas, transformándolas en constructivas, consiste en el desarrollo del trabajo espiritual en lo íntimo de cada uno.
La humanidad reclama dramáticamente paradigmas de honestidad, integridad, justicia y compasión. La voz de la moral aún tiene mucho espacio en los medios de comunicación. Todo tipo de agresividad y de actividad terrorista tiene que ser condenado sin ningún reparo. Para los que realmente quieran hacer algo relevante para acercar la paz a la realidad humana, tienen que ser considerados un pecado la indiferencia y la no implicación en los sufrimientos del prójimo.
Una cultura sin la presencia de un exigente Dios de justicia, en el que las reglas y los valores que tomar en consideración por lo que respecta a los comportamientos que son objeto de relativismo, será incapaz de desarrollar una auténtica realidad de paz.
Del versículo 19, 2 del Levítico aprendemos una cosa muy importante sobre lo que es necesario para construir una sociedad de paz y espiritualidad. El versículo dice: (Versión del Rey Jaime (KJV)): “Habla a toda la comunidad de los Israelitas diciéndoles: “Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”.
Moisés, y seguramente muchos otros en el pueblo de Israel, tuvieron experiencia de pureza y santidad. El gran líder de los Hijos de Israel tuvo un diálogo particular con Dios, ya que en aquel tiempo Dios tenía la necesidad de encargar a Moisés la misión de transformar todo el pueblo de Israel en una sociedad de santos. La razón es que la presencia de un cierto número de personas directamente no es suficiente para garantizar una realidad de paz. La condición necesaria, pero no suficiente, para construir la paz, es la de tener una multitud, una sociedad, la mayoría de cuyos individuos busque la paz.
Hace treinta años, personas muy espirituales se han reunido en Asís con el objetivo de implicar a muchos otros en el compromiso de difundir el reto del trabajo por la paz. Ellos sabían que en la soledad podían acercarse a Dios, pero no podían llevar a cabo la misión que el Altísimo les ponía delante como líderes espirituales. Hoy, treinta años después, el mundo está lleno de los fantasmas de odio, fanatismo, demagogia y crueldad. Pero, a pesar de todo, se han conseguido algunas metas muy importantes, se ha transmitido el mensaje de la Biblia, la esperanza milenaria de la paz, que es el núcleo central de las fes hebrea, cristiana y musulmana, continua palpitando en el corazón de muchos.       

 

#peaceispossible #thirstforpeace
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