ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico y unidos con todas las Iglesias rezamos por la defensa de la creación, nuestra casa común. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 1 de septiembre

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico y unidos con todas las Iglesias rezamos por la defensa de la creación, nuestra casa común.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 3,18-23

¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: El que prende a los sabios en su propia astucia. Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Todo es vuestro", repite el Apóstol dos veces en tan solo dos versículos. Es una verdad que puede parecer exagerada, o al menos abstracta, a ojos de quien se afana por obtener un poco de gloria ante los hombres, intentando merecerla con sus méritos o con sus astucias. Construir para uno mismo es un afán vano, puesto que lo que más podamos desear ya lo tenemos en nuestras manos, porque todo lo hemos recibido de Dios. La verdadera sabiduría es reconocer este gran regalo que hemos recibido: "todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro..., todo es vuestro". Sí, todo es nuestro. Hemos recibido –y gratuitamente– todo el tesoro de la salvación. No es fruto de nuestros esfuerzos o de nuestras conquistas, para que nos podamos gloriar de ello. Estemos atentos a no engañarnos. Es una tentación que muchas veces se insinúa en la mente y en el corazón de los creyentes. Nosotros lo hemos recibido todo de Dios: el Evangelio del amor, los hermanos y las hermanas de la Iglesia y al mismo tiempo también el futuro nuestro y del mundo. La verdadera sabiduría es acoger este misterio de Dios para el mundo entero, del que la gracia nos ha hecho partícipes. Es un misterio que debemos acoger, custodiar y comunicar por todo el mundo sin cansarnos nunca. Los discípulos pueden olvidar fácilmente que son siervos y no dueños y pueden no sentir la urgencia de comunicar ese misterio hasta los extremos de la tierra. Es indispensable que acepten la visión del designio de Dios de la que somos todos siervos, y que alejen toda tentación de cerrarse y de sucumbir a la pereza. Sintéticamente, el apóstol escribe: "Y vosotros, sois de Cristo y Cristo de Dios". Es una afirmación que rompe toda tendencia a cerrarse: la Iglesia hoy está llamada a mirar la meta final, Dios mismo, y a seguir a Jesús para que el mundo entero, la historia de los hombres, se dirija hacia el Padre que está en el Cielo. El Señor Jesús, el primogénito, va delante de nosotros para que todos aceptemos el designio de salvación para el mundo entero.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.