ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 27 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 14 (15), 2-5

2 El de conducta íntegra
  que actúa con rectitud,
  que es sincero cuando piensa

3 y no calumnia con su lengua;
  que no daña a conocidos
  ni agravia a su vecino;

4 que mira con desprecio al impío
  y honra a los que temen al Señor;
  que jura en su perjuicio
  y no retracta;

5 que no presta a usura su dinero
  ni acepta soborno contra el inocente.
  Quien obra así
  jamás vacilará.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Salmo 14 es una oración ligada a la peregrinación que todo judío hacía para ir a Jerusalén, «la ciudad situada en la cima de un monte». Al llegar a la ciudad santa, el peregrino va de inmediato al templo, la «tienda» del Señor, el lugar donde se producía el encuentro con Dios. En la puerta encuentra a un sacerdote que se dirige a él con las palabras del salmo: ¿quién puede entrar en la casa de Dios? Y a continuación llega la respuesta. El salmista presenta diez virtudes que convierten al hombre en creyente. Puede entrar en la tienda del Señor aquel que se comporta honestamente y actúa con justicia; aquel que es sincero y discreto en el hablar; aquel que no agravia al hermano y no injuria al prójimo; aquel que no va con los malvados y respeta a los honestos; aquel que mantiene su palabra incluso contra sus propios intereses; aquel que presta dinero sin interés; aquel que no acepta dinero para favorecer injustamente a otro. «Quien obra así –termina el salmo– jamás vacilará». El salmista muestra así cómo debe ser el hombre que busca al Señor. Y de ese modo se ve claramente que para buscar a Dios hay que tener una relación correcta con los hombres. Las palabras del salmista no tienen nada especialmente extraordinario o específicamente «religioso» (oración, penitencia o sacrificio). Buscar a Dios es algo que se hace en la ordinariedad de la historia humana amando a los hermanos con un corazón sincero y generoso empezando por los más pobres. El Nuevo Testamento recogerá este mensaje y lo llevará hasta el cumplimiento en el amor: dar la vida por los amigos, como repitió y mostró Jesús varias veces con su propia vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.