ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Salmo responsorial

Salmo 118c (119c))

?Oh, cu?nto amo tu ley!
Todo el d?a es ella mi meditaci?n.

M?s sabio me haces que mis enemigos por tu mandamiento,
que por siempre es m?o.

Tengo m?s prudencia que todos mis maestros,
porque mi meditaci?n son tus dict?menes.

Poseo m?s cordura que los viejos,
porque guardo tus ordenanzas.

Retraigo mis pasos de toda mala senda
para guardar tu palabra.

De tus juicios no me aparto,
porque me instruyes t?.

?Cu?n dulce al paladar me es tu promesa,
m?s que miel a mi boca!

Por tus ordenanzas cobro inteligencia,
por eso odio toda senda de mentira.

Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero.

He jurado, y he de mantenerlo,
guardar tus justos juicios.

Humillado en exceso estoy, Yahveh,
dame la vida conforme a tu palabra.

Acepta los votos de mi boca, Yahveh,
y ens??ame tus juicios.

Mi alma est? en mis manos sin cesar,
mas no olvido tu ley.

Me tienden un lazo los imp?os,
mas yo no me desv?o de tus ordenanzas.

Tus dict?menes son mi herencia por siempre,
ellos son la alegr?a de mi coraz?n.

Inclino mi coraz?n a practicar tus preceptos,
recompensa por siempre.

Aborrezco la doblez
y amo tu ley.

Mi refugio y mi escudo eres t?,
yo espero en tu palabra.

?Apartaos de m?, malvados,
quiero guardar los mandamientos de mi Dios!

Sost?nme conforme a tu promesa, y vivir?,
no defraudes mi esperanza.

S? t? mi apoyo, y ser? salvo,
y sin cesar tendr? a la vista tus preceptos.

T? deshaces a todos los que se desv?an de tus preceptos,
mentira es su astucia.

Tienes por escoria a todos los imp?os de la tierra,
por eso amo yo tus dict?menes.

Por tu terror tiembla mi carne,
de tus juicios tengo miedo.

Juicio y justicia he practicado,
a mis opresores no me entregues.

S? fiador de tu siervo para el bien,
no me opriman los soberbios.

En pos de tu salvaci?n languidecen mis ojos,
tras tu promesa de justicia.

Seg?n tu amor trata a tu siervo,
ens??ame tus preceptos.

Yo soy tu servidor, hazme entender,
y aprender? tus dict?menes.

Ya es hora de actuar, Yahveh,
se ha violado tu ley.

Por eso amo yo tus mandamientos
m?s que el oro, m?s que el oro fino.

Por eso me gu?o por todas tus ordenanzas
y odio toda senda de mentira.

Maravillas son tus dict?menes,
por eso mi alma los guarda.

Al abrirse, tus palabras iluminan
dando inteligencia a los sencillos.

Abro mi boca franca, y hondo aspiro,
que estoy ansioso de tus mandamientos.

Vu?lvete a m? y tenme piedad,
como es justo para los que aman tu nombre.

Mis pasos asegura en tu promesa,
que no me domine ning?n mal.

Resc?tame de la opresi?n del hombre,
y tus ordenanzas guardar?.

Haz que brille tu faz para tu siervo,
y ens??ame tus preceptos.

Mis ojos destilan r?os de l?grimas,
porque tu ley no se guarda.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.