ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 31 de julio

Salmo responsorial

Psaume 77 (78), 1-40

Escucha mi ley, pueblo m?o,
tiende tu o?do a las palabras de mi boca;

voy a abrir mi boca en par?bolas,
a evocar los misterios del pasado.

Lo que hemos o?do y que sabemos,
lo que nuestros padres nos contaron,

no se lo callaremos a sus hijos,
a la futura generaci?n lo contaremos:
Las alabanzas de Yahveh y su poder,
las maravillas que hizo;

?l estableci? en Jacob un dictamen,
y puso una ley en Israel;
El hab?a mandado a nuestros padres
que lo comunicaran a sus hijos,

que la generaci?n siguiente lo supiera,
los hijos que hab?an de nacer;
y que ?stos se alzaran y se lo contaran a sus hijos,

para que pusieran en Dios su confianza,
no olvidaran las haza?as de Dios,
y sus mandamientos observaran;

para que no fueran, lo mismo que sus padres,
una generaci?n rebelde y revoltosa,
generaci?n de coraz?n voluble
y de esp?ritu desleal a Dios.

Los hijos de Efra?m, diestros arqueros,
retrocedieron el d?a del combate;

no guardaban la alianza hecha con Dios,
rehusaban caminar seg?n su ley;

ten?an olvidados sus portentos,
las maravillas que ?l les hizo ver:

prodigios hizo a la vista de sus padres
en el pa?s de Egipto, en los campos de Tanis.

Hendi? la mar y los pas? a trav?s,
contuvo las aguas como un dique;

de d?a los guiaba con la nube,
y cada noche con resplandor de fuego;

en el desierto hendi? las rocas,
los abrev? a raudales sin medida;

hizo brotar arroyos de la pe?a
y descender las aguas como r?os.

Pero ellos volv?an a pecar contra ?l,
a rebelarse contra el Alt?simo en la estepa;

a Dios tentaron en su coraz?n
reclamando manjar para su hambre.

Hablaron contra Dios;
dijeron: "?Ser? Dios capaz
de aderezar una mesa en el desierto?

Ved que ?l hiri? la roca,
y corrieron las aguas, fluyeron los torrentes:
?podr? de igual modo darnos pan,
y procurar carne a su pueblo?

Entonces Yahveh lo oy? y se enfureci?,
un fuego se encendi? contra Jacob,
y la C?lera estall? contra Israel,

porque en Dios no hab?an tenido fe
ni confiaban en su salvaci?n.

Y a las nubes mand? desde lo alto,
abri? las compuertas de los cielos;

hizo llover sobre ellos man? para comer,
les dio el trigo de los cielos;

pan de Fuertes comi? el hombre,
les mand? provisi?n hasta la hartura.

Hizo soplar en los cielos el solano,
el viento del sur con su poder atrajo,

y llovi? sobre ellos carne como polvo,
y aves como la arena de los mares;

las dej? caer en medio de su campo,
en torno a sus moradas.

Comieron hasta quedar bien hartos,
as? satisfizo su avidez;

mas a?n no hab?an colmado su avidez,
su comida estaba a?n en su boca,

cuando la c?lera de Dios estall? contra ellos:
hizo estragos entre los m?s fuertes,
y abati? a la flor de Israel.

Mas con todo pecaron todav?a,
en sus maravillas no tuvieron fe.

El consumi? sus d?as con un soplo,
y sus a?os con espanto.

Cuando los mataba, le buscaban,
se convert?an, se afanaban por ?l,

y recordaban que Dios era su roca,
su redentor, el Dios Alt?simo.

Mas le halagaban con su boca,
y con su lengua le ment?an;

su coraz?n no era fiel para con ?l,
no ten?an fe en su alianza.

El, con todo, enternecido,
borraba las culpas y no exterminaba;
bien de veces su c?lera contuvo
y no despert? todo su furor:

se acordaba de que ellos eran carne,
un soplo que se va y no vuelve m?s.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.