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Memoria de los ap?stoles
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los ap?stoles
Martes 3 de mayo

Salmo responsorial

Salmo 16 (17)

Escucha, Yahveh, la justicia,
atiende a mi clamor,
presta o?do a mi plegaria,
que no es de labios enga?osos.

Mi juicio saldr? de tu presencia,
tus ojos ven lo recto.

Mi coraz?n t? sondas, de noche me visitas;
me pruebas al crisol sin hallar nada malo en m?;
mi boca no claudica

al modo de los hombres.
La palabra de tus labios he guardado,
por las sendas trazadas

ajustando mis pasos;
por tus veredas no vacilan mis pies.

Yo te llamo, que t?, oh Dios, me respondes,
tiende hacia m? tu o?do, escucha mis palabras,

haz gala de tus gracias, t? que salvas
a los que buscan a tu diestra refugio contra los que
atacan.

Gu?rdame como la pupila de los ojos,
esc?ndeme a la sombra de tus alas

de esos imp?os que me acosan,
enemigos ensa?ados que me cercan.

Est?n ellos cerrados en su grasa,
hablan, la arrogancia en la boca.

Avanzan contra m?, ya me cercan,
me clavan sus ojos para tirarme al suelo.

Son como el le?n ?vido de presa,
o el leoncillo agazapado en su guarida.

?Lev?ntate, Yahveh, hazle frente, derr?bale;
libra con tu espada mi alma del imp?o,

de los mortales, con tu mano, Yahveh,
de los mortales de este mundo, cuyo lote es la vida!
?De tus reservas ll?nales el vientre,
que sus hijos se sacien,
y dejen las sobras para sus peque?os!

Mas yo, en la justicia, contemplar? tu rostro,
al despertar me hartar? de tu imagen.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.