ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 11,1-14

Luego me fue dada una ca?a de medir parecida a una vara, dici?ndome: ?Lev?ntate y mide el Santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en ?l. El patio exterior del Santuario, d?jalo aparte, no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles, que pisotear?n la Ciudad Santa 42 meses. Pero har? que mis dos testigos profeticen durante 1260 d?as, cubiertos de sayal?. Ellos son los dos olivos y los dos candeleros que est?n en pie delante del Se?or de la tierra. Si alguien pretendiera hacerles mal, saldr?a fuego de su boca y devorar?a a sus enemigos; si alguien pretender?a hacerles mal, as? tendr?a que morir. Estos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva los d?as en que profeticen; tienen tambi?n poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y poder de herir la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran. Pero cuando hayan terminado de dar testimonio, la Bestia que surja del Abismo les har? la guerra, los vencer? y los matar?. Y sus cad?veres, en la plaza de la Gran Ciudad, que simb?licamente se llama Sodoma o Egipto, all? donde tambi?n su Se?or fue crucificado. Y gentes de los pueblos, razas, lenguas y naciones, contemplar?n sus cad?veres tres d?as y medio: no est? permitido sepultar sus cad?veres. Los habitantes de la tierra se alegran y se regocijan por causa de ellos, y se intercambian regalos, porque estos dos profetas hab?an atormentado a los habitantes de la tierra. Pero, pasados los tres d?as y medio, un aliento de vida procedente de Dios entr? en ellos y se pusieron de pie, y un gran espanto se apoder? de quienes los contemplaban. O? entonces una fuerte voz que les dec?a desde el cielo: ?Subid ac?.? Y subieron al cielo en la nube, a la vista de sus enemigos. En aquella hora se produjo un violento terremoto, y la d?cima parte de la ciudad se derrumb?, y con el terremoto perecieron 7.000 personas. Los supervivientes, presa de espanto, dieron gloria al Dios del cielo. El segundo ?Ay! ha pasado. Mira que viene en seguida el tercero.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Todav?a estamos en el marco de la sexta trompeta. Juan recibe ahora una ca?a para medir el templo; es similar a la vara para medir el nuevo templo, es decir, la Iglesia, el cuerpo de Cristo. En esta imagen podemos ver una invitaci?n a reconocer qui?n forma parte de la comunidad cristiana, qui?n siente a la Iglesia como su familia. La Iglesia, de hecho, no es an?nima, no es un grupo indiferenciado. Y el creyente reconoce a su comunidad, a la familia de fe a la que pertenece. Uno no es cristiano solo y no se salva solo. Dios quiso salvar a los hombres no individualmente, sino reuni?ndolos en un pueblo. Es la historia del pueblo de Israel y de la Iglesia: ambas, no obstante, est?n al servicio de la salvaci?n de todos los pueblos. La Iglesia est? llamada a gastar su vida y sus energ?as para la salvaci?n del mundo entero. En su coraz?n hay una imborrable ansia de universalidad. Y cuanto m?s entran en la profundidad del misterio de la Iglesia los cristianos, m?s abren su coraz?n al mundo entero. Por eso la comunidad de creyentes, por naturaleza, es contraria a la autorreferencialidad, al individualismo, al mirarse a uno mismo. Y por eso es atacada por un mundo que tiene por ley el egocentrismo y por regla de vida el amor por uno mismo. Es lo mismo que suced?a en tiempos de Juan. Y sucedi? tambi?n en el siglo XX. La Iglesia nunca podr? "adaptarse" plenamente al mundo; y por eso siempre ser? "perseguida" hasta sufrir la misma suerte que su maestro, Cristo. Los dos testigos que aparecen son el ejemplo de todo ello. Tal vez Juan se refiere a los ap?stoles Pedro y Pablo, m?rtires en Roma, la "gran ciudad". Sea como sea, en los dos testigos est? presente la Iglesia, toda la comunidad de creyentes. Ellos predicaron el Evangelio en Roma, capital del Imperio, donde recibieron el martirio. Siguieron al Se?or al pie de la letra hasta testimoniar con sangre su amor por ?l. Pero la muerte y la tumba no son su ?ltima etapa. Al igual que en la visi?n surreal de Ezequiel en la que los huesos secos cobran carne y vida con el soplo del Esp?ritu de Dios (37, 10), tambi?n en el cuerpo muerto de los dos m?rtires se hace realidad la resurrecci?n. Su historia, como la de la Iglesia, resigue la experiencia misma de Cristo. Despu?s de morir como ?l, resucitan junto a ?l revelando al mundo su gloria. Ellos tambi?n son "asumidos" hacia el cielo. El mismo Jes?s as? lo hab?a pedido al Padre: "Quiero que donde yo est? est?n tambi?n conmigo" (Jn 17, 24).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.