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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Oraci?n por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Oraci?n por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,1-6

Entr? de nuevo en la sinagoga, y hab?a all? un hombre que ten?a la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en s?bado para poder acusarle. Dice al hombre que ten?a la mano seca: ?Lev?ntate ah? en medio.? Y les dice: ??Es l?cito en s?bado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?? Pero ellos callaban. Entonces, mir?ndoles con ira, apenado por la dureza de su coraz?n, dice al hombre: ?Extiende la mano.? El la extendi? y qued? restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra ?l para ver c?mo eliminarle.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es s?bado y estamos probablemente en Cafarna?n. Jes?s, como es su costumbre, se dirige a la sinagoga para la oraci?n. All? encuentra un hombre con una grave minusval?a en el brazo. Tal vez esta lesi?n le imped?a trabajar. Un evangelio ap?crifo pone en boca de este hombre la siguiente oraci?n: "Yo era alba?il, me ganaba la vida con el trabajo de mis manos. Oh, Jes?s, te ruego que me cures para que no tenga que mendigar vergonzosamente mi pan". Quiz? podr?amos ver en este hombre a todos aquellos que han sufrido accidentes de trabajo y ya no pueden trabajar. Su n?mero es enorme. Jes?s, apenas lo ve, se conmueve, como le sucede cada vez que encuentra a los enfermos y los d?biles. Los fariseos, por el contrario, para nada interesados en aquel enfermo, tratan de encontrar motivos de acusaci?n contra Jes?s. El joven profeta de Nazaret, aun conociendo la malvada intenci?n de los fariseos, cura a aquel enfermo: "Extiende la mano", le ordena. Aquel hombre obedece a la palabra de Jes?s, extiende su mano, y es curado. La obediencia al evangelio lleva siempre a la curaci?n, hace reconquistar lo que por el pecado o nuestra fragilidad hemos perdido. Jes?s ha venido para que cada hombre no sea ya m?s esclavo de s? mismo y de sus propios estrechos horizontes, sino part?cipe del horizonte mismo de Dios que es la salvaci?n de todos. La curaci?n no sucede para permanecer prisionero de uno mismo -este es tambi?n el sentido de la mano "paralizada"- sino para ponerse al servicio de los dem?s, del bien com?n de todos. La mano es curada "para echar una mano" -como se suele decir- al necesitado. Por ello Jes?s no viola el s?bado, como le acusan los fariseos: con esta curaci?n el verdadero "s?bado" (es decir, el d?a del Dios) irrumpe en la vida de los hombres, la creaci?n llega a su cumplimiento en ese hombre. Cada vez que la misericordia y la salvaci?n de Dios tocan la vida de los hombres se cumple el "s?bado" de Dios, la fiesta del amor y de la plenitud de la vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.