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Memoria de los santos y de los profetas
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Recuerdo del profeta Isa?as. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Mi?rcoles 9 de mayo

Recuerdo del profeta Isa?as.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

G?latas 5,1-12

Para ser libres nos libert? Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dej?is oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. Soy yo, Pablo, quien os lo dice: Si os dej?is circuncidar, Cristo no os aprovechar? nada. De nuevo declaro a todo hombre que se circuncida que queda obligado a practicar toda la ley. Hab?is roto con Cristo todos cuantos busc?is la justicia en la ley. Os hab?is apartado de la gracia. Pues a nosotros nos mueve el Esp?ritu a aguardar por la fe los bienes esperados por la justicia. Porque en Cristo Jes?s ni la circuncisi?n ni la incircuncisi?n tienen valor, sino solamente la fe que act?a por la caridad. Comenzasteis bien vuestra carrera, ?qui?n os puso obst?culo para no seguir a la verdad? Semejante persuasi?n no proviene de Aquel que os llama. Un poco de levadura fermenta toda la masa. Por mi parte, conf?o en el Se?or que vosotros no pensar?is de otra manera; pero el que os perturba llevar? su castigo, quienquiera que sea. En cuanto a m?, hermanos, si a?n predico la circuncisi?n, ?por qu? soy todav?a perseguido? ?Pues se acab? ya el esc?ndalo de la cruz! ?Ojal? que se mutilaran los que os perturban!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, tras haber ense?ado que la justicia no proviene de las obras de la ley sino de la fe, quiere extraer consecuencias morales para la vida cristiana. Cristo, afirma el ap?stol, nos ha emancipado por la libertad, es decir, para que vivi?ramos libres. Por eso Pablo exhorta a "mantenerse firme", es decir, a mantenerse libre y a no caer nuevamente bajo el "yugo de la esclavitud". Con un lenguaje firme advierte a los g?latas de que no se circunciden, porque si lo hacen frustrar?n el Evangelio de la libertad. El cristiano que con la circuncisi?n emprende el camino de la justificaci?n a trav?s de la ley no solo se excluye de la ayuda de Cristo y cae de nuevo en la maldici?n de la ley, sino que rompiendo todos los lazos, se separa de Cristo, en el que se encontraba por virtud del bautismo (3,27ss). El t?rmino que utiliza Pablo para expresar la separaci?n de Cristo contiene tambi?n el concepto de echarse a perder. Aquel que busca la justicia mediante la ley sella su propia ruina, mientras que aquel que sigue el Evangelio vive del Esp?ritu. No es la circuncisi?n o la no circuncisi?n, lo que salva; es decir, no son las obras sino solo el Esp?ritu que opera en nosotros lo que nos salva. Por eso afirma que "la fe act?a por la caridad". La fe y la caridad est?n unidas de manera indisoluble: la segunda hace operativa a la primera, que a su vez permite que acojamos en el coraz?n a la segunda. Pablo no entiende por qu? los g?latas, que antes corr?an bien en el camino de Cristo, se han salido del camino. Y les recuerda que bastan pocas palabras contrarias al Evangelio para fermentar negativamente toda la vida. Frente a esta eventualidad, Pablo conf?a en el Se?or. Tiene la confianza de que los g?latas se arrepientan, y espera que su ep?stola les convenza. El juicio sobre aquel que pone en peligro la vida espiritual de la comunidad es sever?simo: incurrir? en el castigo de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.