ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oraci?n por los enfermos
Lunes 2 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 4,13-17

Ahora bien, vosotros los que dec?s: ?Hoy o ma?ana iremos a tal ciudad, pasaremos all? el a?o, negociaremos y ganaremos?; vosotros que no sab?is qu? ser? de vuestra vida el d?a de ma?ana... ?Sois vapor que aparece un momento y despu?s desaparece! En lugar de decir: ?Si el Se?or quiere, viviremos y haremos esto o aquello?. Pero ahora os jact?is en vuestra fanfarroner?a. Toda jactancia de este tipo es mala. Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La seguridad presuntuosa del disc?pulo es una gran necedad, porque no tiene en cuenta la fragilidad y la impotencia de las que estamos hechos. La frase que Santiago reproduce era probablemente el c?lculo de los ricos, del mismo modo que nuestra generaci?n tiene miedo de pararse y de comprender su propia fragilidad y debilidad. Del mismo modo que el necio de la par?bola evang?lica, ellos buscaban su propio inter?s, condicionaban su felicidad a su inter?s y pensaban que pod?an disponer de su vida y de sus bienes a su albedr?o. No, la vida es un don que proviene de las manos de Dios y tiene sentido no cuando nos preocupamos por nosotros mismos sino cuando la gastamos amando. Solo Dios, sugiere Santiago, puede dar seguridad y solo a ?l conviene confiarle la vida. No solo el hombre no puede disponer de su futuro, sino que no sabe ni siquiera qu? le depara la vida. Ostentar tener seguridad o mostrar una necia superficialidad demuestran por encima de todo nuestra estupidez y la ceguera de nuestros ojos. ?Qu? es el hombre?, se pregunta Santiago. La respuesta es severa: "?Sois vapor de agua que aparece un momento y despu?s desaparece!". No se refiere solo a la vanidad de la vida sino a la peque?ez del hombre como tal y lo recuerda sobre todo a aquellos que no reflexionan seriamente sobre su vida. Hoy se huye de la debilidad y la fragilidad porque se las teme. Existe casi un sentimiento de eterna juventud y de omnipotencia que lleva al desprecio de los d?biles y de los pobres, que en lugar de suscitar compasi?n provocan miedo y tristeza a gente segura de s? misma, que no sabe reflexionar sobre lo que es, porque no sabe parar. Santiago invita, pues, a volver a Dios y a confiar en ?l, el ?nico que puede dar seguridad. La adhesi?n al Se?or libra de las preocupaciones y del ajetrearse inquieto. Vuelven a la memoria las palabras evang?licas sobre abandonarse al Se?or que se preocupa por darnos todo cuanto necesitamos, mucho o poco, como dice Jes?s en el serm?n de la monta?a (cf. Mt 6,25-34). Santiago previene a los creyentes de la presunci?n y del orgullo como hace tambi?n Pablo con los corintios presuntuosos: "?Qu? tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ?a qu? gloriarte cual si no lo hubieras recibido?" (1 Co 4,7). El creyente conf?a en Dios para todo y en Sus manos pone su presente y su futuro.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.