ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

IV del tiempo ordinario
Recuerdo de Modesta, vagabunda a la que se dejó morir en la estación de Termini, en Roma, que no fue socorrida porque estaba sucia. Con ella recordamos a todos los que mueren por las calles sin casa y sin auxilio.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 31 de enero

Salmo responsorial

Psaume 70 (71)

?Por tu justicia s?lvame, lib?rame!
tiende hacia m? tu o?do y s?lvame!

?S? para m? una roca de refugio,
alc?zar fuerte que me salve,
pues mi roca eres t? y mi fortaleza.

?Dios m?o, l?brame de la mano del imp?o,
de las garras del perverso y del violento!

Pues t? eres mi esperanza, Se?or,
Yahveh, mi confianza desde mi juventud.

En ti tengo mi apoyo desde el seno,
t? mi porci?n desde las entra?as de mi madre;
?en ti sin cesar mi alabanza!

Soy el asombro de muchos,
mas t? eres mi seguro refugio.

Mi boca est? repleta de tu loa,
de tu gloria todo el d?a.

A la hora de mi vejez no me rechaces,
no me abandones cuando decae mi vigor.

Porque de m? mis enemigos hablan,
los que esp?an mi alma se conciertan:

?Dios le ha desamparado, perseguidle,
apresadle, pues no hay quien le libere!

?Oh Dios, no te est?s lejos de m?,
Dios m?o, ven pronto en mi socorro!

?Confusi?n y verg?enza sobre aquellos
que acusan a mi alma;
c?branse de ignominia y de verg?enza
los que buscan mi mal!

Y yo, esperando sin cesar,
m?s y m?s te alabar?;

publicar? mi boca tu justicia,
todo el d?a tu salvaci?n.

Y vendr? a las proezas de Yahveh,
recordar? tu justicia, tuya s?lo.

?Oh Dios, desde mi juventud me has instruido,
y yo he anunciado hasta hoy tus maravillas!

Y ahora que llega la vejez y las canas,
?oh Dios, no me abandones!,
para que anuncie yo tu brazo a todas las edades
venideras,
?tu poder?o

y tu justicia, oh Dios, hasta los cielos!
T? que has hecho grandes cosas,
?oh Dios!, ?qui?n como t??

T? que me has hecho ver tantos desastres y desgracias,
has de volver a recobrarme.
Vendr?s a sacarme de los abismos de la tierra,

sustentar?s mi ancianidad, volver?s a consolarme,

Y yo te dar? gracias con las cuerdas del arpa,
por tu verdad, Dios m?o;
para ti salmodiar? a la c?tara,
oh Santo de Israel.

Exultar?n mis labios cuando salmodie para ti,
y mi alma, que t? has rescatado.

Tambi?n mi lengua todo el d?a
musitar? tu justicia:
porque han sido avergonzados, porque han enrojecido,
los que buscaban mi desgracia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.