ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Homil?a

Estad siempre alegres en el Se?or; os lo repito, estad alegres (Flp 4, 4). Con estas palabras del ap?stol Pablo se abre la liturgia de este Domingo, llamado por este motivo Domingo gaudete, Domingo de la alegr?a. El ap?stol dictaba estas palabras mientras estaba encarcelado en Roma -cerca de Trastevere seg?n la tradici?n- y quiz? ya ten?a ante s? la perspectiva de la pena capital. Y sin embargo se exhorta a s? mismo y a los cristianos de Filipo a alegrarse porque, a?ade, el Se?or est? cerca. El motivo de la alegr?a est? precisamente en la pr?xima llegada del Se?or. Tambi?n el profeta Sofon?as exhorta a Jerusal?n a alegrarse: ?Grita alborozada, Si?n, lanza clamores, Israel cel?bralo alegre de todo coraz?n, ciudad de Jerusal?n!. ?Por qu? alegrarse? Sofon?as lo explica: Que Yahv? ha anulado tu sentencia, ha alejado a tu enemigo. ... Yahv? tu Dios est? en medio de ti, ?un poderoso salvador! ... te renueva con su amor (Sof 3, 14-18). El profeta habla de la liberaci?n de Jerusal?n: desaparece la condena, se levanta el asedio a la ciudad, el enemigo se dispersa y la ciudad puede finalmente volver a respirar y a vivir. El Se?or la ha salvado.
La Palabra de Dios empuja a no dejarse llevar por la tristeza, a no dejarse vencer por la angustia. Tendr?amos todos los motivos mirando a este mundo nuestro, viendo las numerosas guerras, las innumerables injusticias y la dram?tica crisis que estamos atravesando. ?C?mo no estar tristes y angustiados ante todo esto? Sin embargo, la liturgia nos exhorta a alegrarnos. No porque -como a veces se repite superficialmente- el cristiano sea optimista por naturaleza. No, la cercan?a de la Navidad es el motivo de nuestra alegr?a. Con la Navidad ya no estamos solos, el Se?or viene a habitar en medio de nosotros.
La liturgia interrumpe la misma severidad del tiempo de Adviento: abandona los vestidos morados de la penitencia y se viste con los de la alegr?a: adorna el altar con flores y hace fiesta. En efecto, el Se?or est? llegando. Ya est? cerca. En la liturgia todo se convierte en una invitaci?n para que cada uno se disponga a acoger al Se?or que viene. Se nos exhorta a levantarnos del sue?o del ego?smo y de la embriaguez para ir al encuentro de Jes?s. Quedan pocos d?as para Navidad y nuestro coraz?n est? todav?a distra?do y nada preparado. El evangelista Lucas anota que todo el pueblo esperaba al Mes?as. ?l cambiar?a el mundo, liberar?a a los hombres y a las mujeres de toda esclavitud, ayudar?a a los pobres y curar?a a los enfermos. Por esto, muchos, procedentes de toda Galilea y Judea, -una multitud, advierte el evangelista- dejaban sus ciudades y los lugares donde habitualmente viv?an para dirigirse al desierto y encontrar al Bautista.
Tambi?n nosotros hemos dejado nuestras casas y sobre todo nuestros quehaceres habituales y nuestros pensamientos de cada d?a, para venir a escuchar a Juan Bautista en esta Santa Liturgia. Hoy es Juan quien habla en medio de nosotros. Su predicaci?n tiene el mismo vigor, la misma fuerza de cambio que ten?a entonces en el desierto, junto al r?o Jord?n. Junto a aquella muchedumbre de hombres y mujeres, junto a aquellos soldados y publicanos que se hab?an agolpado alrededor de ?l, estamos tambi?n nosotros, y, con ellos, preguntamos: "?Qu? tenemos que hacer?" Es nuestra pregunta de hoy: ?qu? tenemos que hacer para acoger al Se?or que viene? Juan responde con simplicidad y claridad: "El que tenga dos t?nicas, que d? una al que no tiene; y quien tenga de comer que haga lo mismo". La caridad es la primera respuesta al "?qu? hacer?". El amor gratuito, el servicio a los m?s pobres, la disponibilidad para amar a todos, disponen los corazones para acoger al Se?or, a quien el evangelista Mateo sit?a bajo el semblante de los pobres y los d?biles.
Dirigi?ndose a los publicanos y a los soldados, Juan exhorta a no exigir nada m?s de cuanto estaba acordado, y a no maltratar ni extorsionar a nadie. Pide, en definitiva, que sean justos, respetuosos unos con otros. El predicador del desierto recuerda que la espera del Mes?as se cumple entre caridad y justicia, entre misericordia y respeto, entre ternura y compasi?n. ?Acaso no dice Pablo a los filipenses: "Que vuestra clemencia sea conocida de todos los hombres"? El Se?or vendr? y descender? al coraz?n de cada uno para bautizarnos en Esp?ritu Santo y fuego. Nadie se quedar? con lo que tiene, nadie permanecer? tal y como es. El Esp?ritu Santo dilatar? las paredes de nuestros corazones y el fuego de su amor nos guiar?

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.