ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 24 de febrero

Homil?a

La Cuaresma no es un tiempo cualquiera. Es un periodo durante el cual, a pesar de continuar con nuestra vida ordinaria, se nos invita a reconsiderar nuestra relaci?n con Dios. Por esto se nos pide ayunar de las cosas cotidianas, alimentarnos m?s del Evangelio, reforzar nuestra oraci?n, intensificar nuestra caridad hacia los d?biles y convertir el coraz?n al Se?or. Estos d?as que nos separan de la Pascua pueden ser d?as de un verdadero y aut?ntico camino interior. Podr?amos compararlos al camino que hace Jes?s desde Galilea hasta Jerusal?n. Estar con ?l, acompa?arle en los pr?ximos domingos dej?ndonos guiar por sus palabras y su ejemplo, es la mejor manera de hacer crecer en nosotros los mismos sentimientos de Jes?s.
El Evangelio que hemos escuchado, siguiendo el itinerario hacia la Pascua, nos presenta a Jes?s que sube al monte con los tres disc?pulos m?s unidos a ?l: Pedro, Santiago y Juan. Tambi?n nosotros hemos sido conducidos a un lugar alto, m?s alto que el lugar al que nos mantienen atados nuestras costumbres ego?stas y mezquinas. La liturgia del domingo no es un precepto ni el cumplimiento de un rito, es ser arrancados de nuestro egocentrismo y llevados m?s alto. El Evangelio escribe: los ?tom? consigo?, es como decir que les arranc? de s? mismos para vincularles a su vida, a su vocaci?n, a su misi?n, a su camino. A Jes?s no le gusta caminar solo, no se concibe a s? mismo como un h?roe solitario, condenado a ser superior a los dem?s. ?l se une a aquel peque?o grupo de hombres, funde su vida con la suya aun sabiendo que son d?biles, fr?giles, limitados y limitantes; pero quiz? precisamente por ello los toma y no les deja atr?s, aunque no siempre comprendan. Jes?s es el verdadero pastor: no se cansa de estar con los suyos; les lleva siempre consigo.
Aquel d?a les llev? a lo alto, al monte, para rezar. No se nos ha dado a conocer la profundidad y la fuerza de los sentimientos de Jes?s en esos momentos, pero la descripci?n de la transfiguraci?n nos hace ?ver?, o al menos intuir, lo que Jes?s sent?a. Escribe el evangelista que ?mientras oraba, el aspecto de su rostro se mud?, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante? (Lc 9,29). Tanto cambi? su rostro que se reflej? incluso en los vestidos. Los Evangelios nos hablan una sola vez de la transfiguraci?n, pero no es descabellado pensar que, cada vez que se pon?a a orar, Jes?s se transfigurara, cambiara de aspecto. Aquel d?a la oraci?n se convirti? en un coloquio con Mois?s y El?as sobre su ?partida que iba a cumplir en Jerusal?n?. Quiz? Jes?s, como en un r?pido sumario, vio toda su historia, intuyendo tambi?n el tr?gico final. Los disc?pulos estaban all? a su lado, oprimidos por el sue?o. Hicieron todo lo posible para no dormirse: se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Dios, comprendieron qui?n era Jes?s y qu? relaci?n ten?a con el Padre. Verdaderamente val?a la pena seguir fijando la atenci?n en aquel rostro tan diferente de las caras de los hombres. De la boca de Pedro sali? una expresi?n de gratitud y estupor: ?Maestro, bueno es estarnos aqu?. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Mois?s y otra para El?as?. Quiz? desvariaba, pero estaba maravillado por aquella visi?n.
Una nube envolvi? a los tres disc?pulos y se asustaron. Al momento se oy? una voz que ven?a del cielo: ?Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle?. En la nube y en los momentos de miedo se oye una voz con claridad: el Evangelio, que indica aquel en quien podemos depositar nuestra esperanza. Al abrir los ojos, los tres solo vieron a Jes?s. S?, solo Jes?s es maestro de la vida; solo ?l puede salvarnos. Fue sin duda una experiencia incre?ble para aquellos tres pobres disc?pulos; pero puede ser tambi?n la nuestra si nos dejamos llevar por Jes?s, que nos saca de nuestro ego?smo para atraernos a su vida. Participaremos en realidades y sentimientos m?s grandes, y degustaremos una manera distinta de vivir. Nuestra vida y nuestro coraz?n se transfigurar?n, nos pareceremos m?s a Jes?s. El ap?stol Pablo, con l?grimas en los ojos, se lo recuerda a los Filipenses: el Se?or Jes?s ?transfigurar? este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso? (Flp 3,20). La transfiguraci?n es la ruptura del l?mite, es contemplar la bondad del Se?or, sus vastos horizontes, la profundidad de las exigencias del evangelio. Esta santa liturgia nos ha permitido ver y escuchar a Jes?s. Permanezcamos unidos, bajemos del monte y entremos con ?l en la semana que viene. No caminaremos solos, Jes?s estar? con nosotros, y ser? luz, fuerza, consolaci?n y apoyo para continuar nuestro camino hacia la Pascua.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.