ORACIÓN CADA DÍA

Oraci?n del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias

Oraci?n del tiempo de Navidad

Recuerdo de Laurindo y de Madora, j?venes mozambique?os que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los j?venes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres.
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Libretto DEL GIORNO
Oraci?n del tiempo de Navidad

Recuerdo de Laurindo y de Madora, j?venes mozambique?os que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los j?venes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 2,36-40

Hab?a tambi?n una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; despu?s de casarse hab?a vivido siete a?os con su marido, y permaneci? viuda hasta los ochenta y cuatro a?os; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y d?a en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del ni?o a todos los que esperaban la redenci?n de Jerusal?n. As? que cumplieron todas las cosas seg?n la Ley del Se?or, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El ni?o crec?a y se fortalec?a, llen?ndose de sabidur?a; y la gracia de Dios estaba sobre ?l.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Despu?s de hacernos contemplar el extraordinario encuentro entre Sime?n y el Ni?o, el Evangelio de Lucas nos presenta otro encuentro ocurrido en el templo aquel d?a, con la anciana profetisa Ana. Se trata de una mujer que ya tiene 84 a?os. En este tiempo su vida se desarrolla con frecuencia dentro del templo. Se podr?a decir que para ella no hay nada m?s que hacer que continuar sus d?as de la misma forma hasta que le llegue la muerte. En realidad, el encuentro con aquel Ni?o le cambia la vida. Si Sime?n cant? el "Nunc dimittis", Ana, por el contrario, recibe como una nueva energ?a, una nueva vocaci?n. Sus a?os no son un peso, y se convierte en la primera predicadora del Evangelio. Verdaderamente, no hay nada imposible para Dios. Ana se convierte en un ejemplo para todos de c?mo la vida cambia si encontramos de verdad a Jes?s. No cuentan los a?os, no cuenta lo que se ha hecho hasta ahora, s?lo cuenta el coraz?n que se deja tocar por el Se?or. Es una experiencia que nos debe hacer pensar. Nuestras comunidades que, con frecuencia, homolog?ndose a la mentalidad corriente, apartan a los ancianos, son interpeladas por esta p?gina evang?lica para que ayuden a los ancianos a descubrir la tarea que el Se?or les conf?a, aunque s?lo sea con la oraci?n y la palabra. Esta mujer "alababa a Dios", es decir, rezaba, y "hablaba del ni?o", es decir, comunicaba el Evangelio. El evangelista cierra esta p?gina con una frase que describe el regreso de Mar?a, Jos? y Jes?s a Nazaret. Y en tres l?neas, pero que valen treinta a?os, sintetiza la larga "vida oculta" de Jes?s. Nosotros, enfermos de protagonismo, nos preguntar?amos por qu? Jes?s no empez? inmediatamente su acci?n pastoral con signos y prodigios. Es lo que antiguamente trataron de decir los evangelios "ap?crifos", es decir, esas descripciones de la infancia de Jes?s que llenan de milagros sus primeros a?os. La Iglesia nunca los ha considerado verdaderos. La verdad es otra. Jes?s asumi? la "semejanza humana", canta el himno de Pablo a los Filipenses, para que se viera que la salvaci?n no es ajena a la vida de todos los d?as. En Nazaret no hay milagros, no hay visiones ni multitudes que acuden. Esta breve frase del Evangelio es como la s?ntesis de treinta a?os de vida ordinaria, de Jes?s y nuestra. S?, tambi?n nosotros, en la normalidad de nuestros d?as, debemos "crecer y fortalecernos, llen?ndonos de sabidur?a", bajo la gracia de Dios, como le sucedi? a Jes?s. Y creceremos en la medida en que cada d?a deshojemos p?gina a p?gina el Evangelio, tratando de ponerlo en pr?ctica.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.