ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

IV del tiempo ordinario
Recuerdo de Modesta, vagabunda a la que se dej? morir en la estaci?n de Termini, en Roma, que no fue socorrida porque estaba sucia. Con ella recordamos a todas las personas sin hogar que han muerto.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo

Primera Lectura

Jerem?as 1,4-5.17-19

Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos t?rminos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conoc?a,
y antes que nacieses, te ten?a consagrado:
yo profeta de las naciones te constitu?. Por tu parte, te apretar?s la cintura,
te alzar?s y les dir?s
todo lo que yo te mande.
No desmayes ante ellos,
y no te har? yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido
en plaza fuerte,
en pilar de hierro,
en muralla de bronce
frente a toda esta tierra,
as? se trate de los reyes de Jud? como de sus jefes,
de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te har?n la guerra,
mas no podr?n contigo,
pues contigo estoy yo - or?culo de Yahveh - para
salvarte."

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.