ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 5,1-19

Naam?n, jefe del ej?rcito del rey de Aram, era hombre muy estimado y favorecido por su se?or, porque por su medio hab?a dado Yahveh la victoria a Aram. Este hombre era poderoso, pero ten?a lepra. Habiendo salido algunas bandas de arameos, trajeron de la tierra de Israel una muchachita que se qued? al servicio de la mujer de Naam?n. Dijo ella a su se?ora: "Ah, si mi se?or pudiera presentarse al profeta que hay en Samar?a, pues le curar?a de su lepra." Fue ?l y se lo manifest? a su se?or diciendo: "Esto y esto ha dicho la muchacha israelita." Dijo el rey de Aram: "Anda y vete; yo enviar? una carta al rey de Israel." Fue y tom? en su mano diez talentos de plata, 6.000 siclos de oro y diez vestidos nuevos. Llev? al rey de Israel la carta que dec?a: "Con la presente, te env?o a mi siervo Naam?n, para que le cures de su lepra." Al leer la carta el rey de Israel, desgarr? sus vestidos diciendo: "?Acaso soy yo Dios para dar muerte y vida, pues ?ste me manda a que cure a un hombre de su lepra? Reconoced y ved que me busca querella." Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oy? que el rey de Israel hab?a rasgado sus vestidos, envi? a decir al rey: " ?Por qu? has rasgado tus vestidos? Que venga a m? y sabr? que hay un profeta en Israel." Lleg? Naam?n con sus caballos y su carro y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Eliseo envi? un mensajero a decirle: "Vete y l?vate siete veces en el Jord?n y tu carne se te volver? limpia." Se irrit? Naam?n y se marchaba diciendo: "Yo que hab?a dicho: ?Seguramente saldr?, se detendr?, invocar? el nombre de Yahveh su Dios, frotar? con su mano mi parte enferma y sanar? de la lepra! ?Acaso el Aban? y el Farfar, r?os de Damasco, no son mejores que todas las aguas de Israel? ?No podr?a ba?arme en ellos para quedar limpio?" Y, dando la vuelta, parti? encolerizado. Se acercaron sus servidores, le hablaron y le dijeron: "Padre m?o; si el profeta te hubiera mandado una cosa dif?cil ?es que no la hubieras hecho? ?Cu?nto m?s habi?ndote dicho: L?vate y quedar?s limpio!" Baj?, pues, y se sumergi? siete veces en el Jord?n, seg?n la palabra del hombre de Dios, y su carne se torn? como la carne de un ni?o peque?o, y qued? limpio. Se volvi? al hombre de Dios, ?l y todo su acompa?amiento, lleg?, se detuvo ante ?l y dijo: "Ahora conozco bien que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. As? pues, recibe un presente de tu siervo." Pero ?l dijo: "Vive Yahveh a quien sirvo, que no lo aceptar?"; le insisti? para que lo recibiera, pero no quiso. Dijo Naam?n: "Ya que no, que se d? a tu siervo, de esta tierra, la carga de dos mulos, porque tu siervo ya no ofrecer? holocausto ni sacrificio a otros dioses sino a Yahveh. Que Yahveh dispense a su siervo por tener que postrarse en el templo de Rimm?n cuando mi se?or entre en el templo para adorar all?, apoyado en mi brazo; que Yahveh dispense a tu siervo por ello." El le dijo: "Vete en paz." Y se alej? de ?l una cierta distancia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia de la curaci?n de Naam?n es uno de los episodios m?s conocidos del segundo libro de los Reyes. Naam?n (que en hebreo significa "fascinante") es un "hombre notable" protegido por el Se?or por su victoria sobre los arameos. No obstante, est? enfermo de lepra. La preocupaci?n de su familia y del propio rey sobre su salud es grande. Obviamente, sus cualidades humanas, su situaci?n social y su poder no anulan su fragilidad. Pero entre los deportados de su casa hab?a una muchacha israelita. La joven sugiri? a la mujer de Naam?n que fuera a ver al profeta Eliseo, que pod?a librarle de la lepra. La fe de aquella muchacha jud?a desencadena la curaci?n del hombre notable arameo. Es una confirmaci?n m?s de la eficacia de la fe, que es m?s fuerte que el poder humano. El rey, aunque no comprendi? el sentido profundo de la actuaci?n de la muchacha, cree que todo depende del rey de Israel. As? pues, env?a una delegaci?n con numerosas riquezas para que el soberano de Israel escuche su petici?n: diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez vestidos nuevos. El rey de Israel, despu?s de haber le?do la carta con la petici?n de curar al general, se irrita: "?Soy yo Dios para repartir muerte y vida? ?ste me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra". Podr?amos decir que ni siquiera ?l comprende lo que est? pasando. A menudo, les pasa lo mismo a los creyentes cuando se detienen en la superficie de los hechos y no se esfuerzan por entender las historias de la gente iluminados por las Sagradas Escrituras. Eliseo, en cambio, atento a la Palabra de Dios y a los "signos" que el Se?or env?a, al conocer lo ocurrido, corrige al rey y hace venir a Naam?n. Sin salir de casa le env?a a un mensajero para decirle que vaya a ba?arse siete veces al Jord?n. Tras la s?ptima inmersi?n deber?a curarse. Naam?n, frente a esta simple invitaci?n, reacciona con desconcierto y furor. Tal vez piensa que se trata de un simple rito terap?utico. En realidad es un gesto exquisitamente religioso porque obedecer la palabra del profeta significaba obedecer al mismo Dios. Era necesario comprender aquellas palabras en su sentido m?s profundo, en cuanto provenientes de Dios mismo, y no quedarse en la superficie. De lo contrario, era evidente pensar que los dos r?os que ba?an Damasco eran mucho m?s importantes que el modesto r?o Jord?n. Los siervos de Naam?n le convencen para que siga al pie de la letra las indicaciones del profeta y se sumerja siete veces en el r?o. Fue suficiente una obediencia no plenamente consciente para derrotar al mal. Efectivamente, al finalizar las inmersiones "su carne volvi? a ser como la de un ni?o peque?o, y qued? limpio". Naam?n pod?a ser readmitido en la corte y pod?a reanudar su vida. Pero no s?lo su cuerpo hab?a sido curado. Naam?n hab?a comprendido que en las palabras del profeta estaba la presencia de Dios. Por eso hizo su profesi?n de fe en el Dios de Israel: "Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel". Quiso cargar dos mulos con tierra de Israel para llevarla a Siria y continuar alabando al Se?or. No tuvo que ofrecer ricos presentes para ser curado. S?lo hab?a tenido que seguir la sugerencia de aquella muchacha y obedecer la palabra del profeta. No serv?an para nada los ricos presentes enviados a nombre del rey. Tanto es as? que Eliseo los rechaza. En la relaci?n con Dios lo importante es el coraz?n, la confianza en ?l. Naam?n obedeci? cuanto le hab?an dicho y obtuvo la "liberaci?n" total. Y Naam?n se convirti? en signo de salvaci?n para su pueblo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.