ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los ap?stoles
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los ap?stoles

Fiesta de los santos ap?stoles Pedro y Pablo, m?rtires en Roma alrededor de los a?os 60-70.
Recuerdo del beato Ramon Llull (1235-1316). Catal?n con un esp?ritu af?n al de san Francisco, am? a los musulmanes y promovi? el di?logo entre creyentes.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los ap?stoles

Fiesta de los santos ap?stoles Pedro y Pablo, m?rtires en Roma alrededor de los a?os 60-70.
Recuerdo del beato Ramon Llull (1235-1316). Catal?n con un esp?ritu af?n al de san Francisco, am? a los musulmanes y promovi? el di?logo entre creyentes.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 16,13-20

Llegado Jes?s a la regi?n de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus disc?pulos: ??Qui?n dicen los hombres que es el Hijo del hombre?? Ellos dijeron: ?Unos, que Juan el Bautista; otros, que El?as, otros, que Jerem?as o uno de los profetas.? D?celes ?l: ?Y vosotros ?qui?n dec?s que soy yo?? Sim?n Pedro contest?: ?T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.? Replicando Jes?s le dijo: ?Bienaventurado eres Sim?n, hijo de Jon?s, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que est? en los cielos. Y yo a mi vez te digo que t? eres Pedro, y sobre esta piedra edificar? mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecer?n contra ella. A ti te dar? las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedar? atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedar? desatado en los cielos.? Entonces mand? a sus disc?pulos que no dijesen a nadie que ?l era el Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si morimos con ?l, viviremos con ?l,
si perseveramos con ?l, con ?l reinaremos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Celebramos hoy la fiesta de los santos ap?stoles Pedro y Pablo, una memoria que acompa?a la historia casi bimilenaria de la Iglesia. Seg?n la tradici?n Pedro y Pablo murieron m?rtires el mismo d?a, el 29 de junio del a?o 67 o 68, uno crucificado en el monte vaticano -tal vez en el lugar en el que hoy se erige la iglesia de San Pedro en Montorio- y el otro decapitado en la Via Ostiense. Son considerados las columnas de la Iglesia, en especial de la Iglesia romana , que no s?lo los venera como santos sino que se gloria de tenerlos como cimientos de su edificio espiritual. El antiguo escritor cristiano Tertuliano recuerda que Pedro y Pablo dieron a Roma su doctrina junto a su sangre. As? pues, junto a la Iglesia de oriente (que los recuerda inmediatamente despu?s de Navidad), podemos cantar: "Sean alabados Pedro y Pablo, estas dos grandes luces de la Iglesia; ellos brillan en el firmamento de la fe". Brillan no s?lo en el cielo de roma, sino tambi?n en el coraz?n de aquellos creyentes que conservan su predicaci?n y custodian el precioso testimonio de una fe vivida hasta la efusi?n de la sangre. La Iglesia de Roma se sustenta sobre la fe de estos dos m?rtires; y tambi?n nuestra pobre, fr?gil y d?bil fe de cristianos de ?ltima hora reposa nuestra fe. Su imagen est? frente a nosotros para que recordemos su ejemplo seg?n reza la carta a los Hebreos: "No hab?is resistido todav?a hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (12, 4). Pedro y Pablo resistieron hasta la sangre.
Hoy vuelven entre nosotros y predican una vez m?s con sus palabras y su vida. Escribe Mateo que el Se?or llam? a los Doce y los envi? de dos en dos. Pues bien, dos de ellos, Pedro y Pablo, desde su lejana Palestina, fueron enviados hasta Roma, para predicar el Evangelio. Eran dos hombres muy distintos uno de otros: "humilde pescador de Galilea" el primero, "maestro y doctor" el segundo, como canta la introducci?n de la santa liturgia de este d?a. Su historia como creyente tambi?n fue distinta. Pedro fue llamado por Jes?s mientras arreglaba las redes a orillas del mar de Galilea. Era un simple pescador que hac?a honestamente su trabajo, seguramente muy duro. No obstante, no faltaba en su alma la inquietud por una vida siempre igual, y sobre todo sent?a el deseo de un mundo nuevo, en el que la caridad no fuera algo raro y en el que fueran derrotadas la indiferencia y la enemistad. Apenas aquel joven maestro de Nazaret lo llam? a una vida m?s abierta y a pescar hombres en lugar de peces, "al instante, dejando las redes, le sigui?". Lo encontramos m?s tarde entre los Doce, con el t?pico temperamento del hombre impulsivo y seguro; no obstante, una sola sirvienta bast? para desencadenar la traici?n. El verdadero Pedro es el d?bil que se deja tocar por el Esp?ritu de Dios y proclama antes que nadie: "T? eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", como hemos escuchado en el Evangelio (Mt 16, 16). Y el Se?or convirti? esta debilidad en la "piedra" que iba a confirmar a sus hermanos.
A Pablo, lo encontramos de joven junto a los que est?n lapidando a Esteban, guardando los mantos de los lapidadores. Pon?a un fuerte empe?o en combatir a la joven comunidad cristiana. Logr? incluso que le autorizaran a perseguirla. Pero en el camino de Damasco el Se?or le hizo caer del caballo de sus inseguridades y de su orgullo con mucha mayor fuerza que del caballo que montaba. Al caer al suelo, envuelto en polvo, levant? los ojos al cielo y vio al Se?or. Esta vez, al igual que Pedro tras la traici?n, tambi?n Pablo sinti? que le tocaban el coraz?n: de sus ojos no sal?an l?grimas, sino que se cerraron y qued? ciego. ?l, que estaba acostumbrado a guiar a otros, tuvo que dejar que le tomaran de la mano y le llevaran a Damasco. El Evangelio predicado por Anan?as le abri? el coraz?n y los ojos. Pablo predic?, primero a los jud?os y luego a los paganos, y fund? muchas comunidades. Para llevar a cabo esta misi?n se opuso incluso a Pedro. "El Se?or me asisti? y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del le?n. El Se?or me librar? de toda obra mala y me salvar? guard?ndome para su Reino celestial" (2 Tm 4, 17-18).
La Iglesia, desde el inicio, ha querido recordarlos siempre juntos, casi como para recomponer en la unidad su testimonio. Ellos, con sus distintas riquezas, con su carisma, fundaron una ?nica Iglesia de Cristo. Sus caracter?sticas forman de alg?n modo parte de la fe y de la vida de esta Iglesia; y dir?a que tambi?n de nuestra propia fe. Se podr?a afirmar que no podemos ser cristianos de manera uniformemente id?ntica. Nuestra fe deber?a respirar con el esp?ritu de estos dos testimonios: con la fe humilde y firme de Pedro, y el coraz?n amplio y universal de Pablo. Si cada creyente, si cada Iglesia debe vivir no para s? misma sino para que el Evangelio sea anunciado, tanto m?s es un deber para la Iglesia de Roma y para cada uno de sus miembros. Hoy, los ap?stoles Pedro y Pablo vuelven a sentarse entre nosotros y nos exhortan a no cerrarnos, a no pensar ?nicamente en nuestros problemas, aunque sean s?lo religiosos, sino a sentir la urgencia de confirmar la fe de los hermanos y de salir a anunciar el evangelio a aquellos que todav?a no lo han acogido.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.