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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Memoria de los primeros m?rtires de la Iglesia de Roma durante la persecuci?n de Ner?n.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Memoria de los primeros m?rtires de la Iglesia de Roma durante la persecuci?n de Ner?n.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, naci?n santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 11,1-20

Cuando Atal?a, madre de Ocoz?as, vio que hab?a muerto su hijo, se levant? y extermin? toda la estirpe real. Pero Yehoseb?, hija del rey Joram y hermana de Ocoz?as, tom? a Jo?s, hijo de Ocoz?as y lo sac? de entre los hijos del rey a quienes estaban matando, y puso a ?l y a su nodriza en el dormitorio, ocult?ndolo de la vista de Atalia, y no le mataron. Seis a?os estuvo escondido con ella en la Casa de Yahveh, mientras Atal?a reinaba en el pa?s. El a?o s?ptimo, Yehoyad? envi? a buscar a los jefes de cien de los carios y de los corredores, y los hizo venir donde ?l a la Casa de Yahveh y, haciendo un pacto con ellos, les hizo prestar juramento y les mostr? al hijo del rey. Luego, les orden?: "Esto es lo que ten?is que hacer: un tercio de vosotros, los que entran el s?bado, que custodien la casa del rey. Las otras dos partes, todos los que salen el s?bado, se quedar?n guardando la Casa de Yahveh, junto al rey. Os pondr?is en torno al rey, cada uno con sus armas en la mano. Todo el que venga contra vuestras filas, morir?. Estar?is junto al rey en sus idas y venidas." Los jefes de cien hicieron cuanto les mand? el sacerdote Yehoyad?. Cada uno tom? sus hombres, los que entraban el s?bado y los que sal?an el s?bado, y vinieron junto al sacerdote Yehoyad?. El sacerdote dio a los jefes de cien las lanzas y escudos del rey David que estaban en la Casa de Yahveh. La guardia se apost? cada uno con sus armas en la mano, desde el lado derecho de la Casa hasta el lado izquierdo, entre el altar y la Casa, para que rodeasen al rey. Hizo salir entonces al hijo del rey, le puso la diadema y el Testimonio y le ungi?. Batieron palmas y gritaron: "?Viva el rey!" Oy? Atal?a el clamor del pueblo y se acerc? al pueblo que estaba en la Casa de Yahveh. Cuando vio al rey de pie junto a la columna, seg?n la costumbre, y a los jefes y las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo de la tierra lleno de alegr?a y tocando las trompetas, rasg? Atal?a sus vestidos y grit?: " ?Traici?n, traici?n!" El sacerdote Yehoyad? dio orden a los jefes de las tropas diciendo: "Hacedla salir de las filas y el que la siga que sea pasado a espada", porque dijo el sacerdote: "Que no la maten en la Casa de Yahveh." Le echaron mano y, cuando lleg? a la casa del rey, por el camino de la Entrada de los Caballos, all? la mataron. Yehoyad? hizo una alianza entre Yahveh, el rey y el pueblo, para ser pueblo de Yahveh; y entre el rey y el pueblo. Fue todo el pueblo de la tierra al templo de Baal y lo derrib?. Destrozaron sus altares y sus im?genes, y mataron ante los altares a Mat?n, sacerdote de Baal. El sacerdote puso centinelas en la Casa de Yahveh, y despu?s tom? a los jefes de cien, a los carios y a la guardia y a todo el pueblo de la tierra, e hicieron bajar al rey de la Casa de Yahveh y entraron a la casa del rey por el camino de la guardia, y se sent? en el trono de los reyes. Todo el pueblo de la tierra estaba contento y la ciudad qued? tranquila; en cuanto a Atal?a, hab?a muerto a espada en la casa del rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes ser?n santos
porque yo soy santo, dice el Se?or.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con este cap?tulo el autor pasa al reino de Jud?, el reino del sur. Tras la muerte de Salom?n y la divisi?n en dos del reino, el libro de los Reyes sigue sobre todo la historia del reino del norte, recordando s?lo con breves noticias la sucesi?n de los contempor?neos reyes del sur: en primer lugar Robo?n y Ab?as -que merecen un juicio negativo del autor del libro-, luego As? y Josafat -juzgados favorablemente- y finalmente Jor?n y Ocoz?as -considerados tambi?n ellos indignos de gobernar al pueblo del Se?or-. Los seis a?os del reinado de la reina Atal?a son considerados tan negativos para la historia de Jud? que ni siquiera se incluyen en la l?nea de sucesi?n din?stica. Atal?a, al ver que su hijo hab?a muerto, decide exterminar "toda la estirpe real". Pero Joseb?, hermana de Ocoz?as, salva de la muerte a Jo?s, uno de los hijos del rey, escondi?ndolo en el templo. El ni?o permanece en el templo durante seis a?os hasta que el sacerdote Joad?, haciendo un pacto con los guardias, logra que todo el pueblo lo proclame rey. Para el autor sagrado no importa la edad del ni?o, lo que importa es su investidura como rey por parte del Se?or. Es el Se?or, en efecto, el que en realidad gobierna a su pueblo, incluso a trav?s de la debilidad de un ni?o. La reina Atal?a representa para Jud? lo que Jezabel fue para Israel; del mismo modo que la fenicia Jezabel hab?a influido en la casa de Ajab, tambi?n Atal?a determina la historia del reino de Jud?. Su decisi?n de exterminar a los descendientes del rey, que parece ser una decisi?n suya, de hecho viene a interrumpir la promesa de Dios a su pueblo de dar una descendencia eterna a David. Esta promesa ya hab?a estado en peligro en algunos momentos cr?ticos de la historia y tambi?n entonces el Se?or hab?a garantizado que siempre habr?a una l?mpara ante ?l en Jerusal?n (1 R 11, 36; 16,4; 2 R 8, 19). Tambi?n en este momento de la historia del reino de Jud? la presencia oculta del heredero en el templo se revela como la representaci?n viva de la imagen de la l?mpara de la promesa de Dios que contin?a ardiendo. Y no hay decisi?n humana, como la de la reina Atal?a, que pueda revocarla. El tema de la maternidad, que evidentemente no puede faltar cuando se habla de sucesi?n din?stica, es decir, de la continuidad de la casa de David, no indica simplemente la v?a biol?gica de la transmisi?n de la vida, sino sobre todo la continuidad espiritual, o si se prefiere, la maternidad espiritual que depende de Dios. La ley de la transmisi?n de la vida en Israel tiene como base otra v?a, la que el mismo Se?or controla: la v?a del Esp?ritu. Es la v?a de la herencia espiritual que pasa, por ejemplo, de El?as a Eliseo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.