ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jes?s crucificado

Fiesta de Mar?a del Monte Carmelo.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado

Fiesta de Mar?a del Monte Carmelo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 6,10-21

Holofernes orden? a los servidores que estaban al servicio de su tienda que tomasen a Ajior, lo llevasen a Betulia y lo entregasen en manos de los israelitas. Los servidores le agarraron y le condujeron fuera del campamento, a la llanura; y de la llanura abierta pasaron a la regi?n monta?osa, alcanzando las fuentes que hab?a al pie de Betulia. Cuando los hombres de la ciudad los divisaron desde la cumbre del monte, corrieron a las armas y salieron fuera de la ciudad, a la cumbre del monte, mientras los honderos dominaban la subida y disparaban sus piedras contra ellos. Entonces los asirios se deslizaron al pie del monte, ataron a Ajior, lo dejaron tendido en la falda y se volvieron donde su se?or. Los israelitas bajaron de su ciudad, se acercaron y desat?ndole le llevaron a Betulia y le presentaron a los jefes de la ciudad, que en aquel tiempo eran Oz?as, hijo de Miqueas, de la tribu de Sime?n, Jabr?s, hijo de Gotoniel, y Jarm?s, hijo de Melkiel. Estos mandaron convocar a todos los ancianos de la ciudad. Se unieron tambi?n a la asamblea todos lo j?venes y las mujeres; pusieron a Ajior en medio de todo el pueblo y Oz?as le interrog? acerca de los sucedido. Ajior respondi? narr?ndoles las deliberaciones habidas en el Consejo de Holofernes, todas las cosas que ?l mismo hab?a dicho delante de todos los jefes de los asirios y las bravatas que Holofernes hab?a proferido contra la casa de Israel. Entonces el pueblo se postr?, ador? a Dios y clam?: ?Se?or, Dios del cielo, mira su soberbia, compad?cete de la humillaci?n de nuestra raza y mira con piedad el rostro de los que te est?n consagrados?. Despu?s dieron ?nimos a Ajior y le felicitaron calurosamente, y a la salida de la asamblea, Oz?as le condujo a su propia casa y ofreci? un banquete a los ancianos. Y estuvieron invocando la ayuda del Dios de Israel durante toda la noche.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Holofernes, convencido de que alcanzar? la victoria final, no asesina de inmediato a Ajior, como quieren hacer sus consejeros, sino que lo lleva a Betulia, la ciudad donde se hab?an resguardado los jud?os. La muerte -piensa- debe llegarle despu?s de haber visto el exterminio de los jud?os que ?l hab?a profetizado como imposible. As? pues, los soldados de Holofernes llevan a Ajior hasta los pies de las murallas de Betulia. Los jud?os, apenas descubren la patrulla de soldados, piensan que se trata de un ataque y reaccionan contra el peque?o destacamento de soldados que, en realidad, no ten?an intenci?n alguna de atacar la ciudad, sino que ?nicamente quer?an llevar un preso para "entregarlo" a los jud?os. Los soldados no saben que de ese modo se est?n convirtiendo en instrumento de Dios para la salvaci?n de Ajior, quien ser? acogido en la ciudad y, sobre todo, entre el pueblo jud?o. Los jud?os se hacen con el preso y lo llevan al interior de la ciudad para interrogarlo. Al o?r las palabras de Ajior, los jud?os entienden que lo que hab?a dicho a Holofernes ven?a de Dios. Lo acogen, pues, como a un miembro de la comunidad. Conociendo, adem?s, los prop?sitos de Holofernes de destruir todo el pueblo de Jud?, todos empiezan a suplicar al Se?or. Al finalizar el d?a, Oz?as, el jefe de la peque?a ciudad, celebra un banquete, como si fuera una fiesta. Es curioso que en un momento dif?cil como el que est? viviendo la ciudad, se ofrezca un banquete. Cuando uno tiene fe en el Se?or, se puede hacer fiesta incluso en los momentos dif?ciles. La fe, en efecto, refuerza la esperanza: el creyente sabe que el Se?or intervendr? siempre a favor de su pueblo y por tanto no tiene nada que temer. Israel, no obstante, sabe que para no sucumbir al enemigo hay que reconocer la propia debilidad y confiar s?lo en el Se?or. La concentraci?n en uno mismo, en el "yo" de cada uno -tanto si es el de uno mismo como el de la comunidad-, debe dejar espacio para el Se?or. Ni el creyente ni la comunidad deben sustituir jam?s a Dios. Y tenemos que estar atentos, pues tambi?n las virtudes pueden convertirse en un obst?culo cuando se convierten en motivo de orgullo y de diferenciaci?n de los dem?s. La ?nica seguridad del creyente es el Se?or. Cuanto m?s levantemos la mirada de nosotros mismos para dirigirla al Se?or, m?s lo encontraremos dispuesto a defender nuestra causa. Los jud?os lo reconocen en la oraci?n que dirigen al Se?or: "Se?or, Dios del cielo, mira su soberbia, ten piedad de la humillaci?n de nuestra extirpe y mira con benignidad en este d?a el rostro de los que se consagran a ti". El Se?or socorre a aquellos que se refugian en ?l, aquellos que cantan asiduamente los salmos. El ap?stol Pablo dir?: Dios "ha escogido lo que no es, para reducir a la nada lo que es" (1 Co 1, 28).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.