ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jes?s crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jes?s crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberaci?n de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ester 6,1-14; 7,1-10

Aquella misma noche, no pudiendo el rey conciliar el sue?o, mand? que trajeran y leyeran en su presencia el libro de las Memorias, o Cr?nica. Estaba all?, puesta por escrito, la denuncia que Mardoqueo hab?a hecho contra Bigt?n y Teres, los dos eunucos del rey, guardianes del umbral, que hab?an intentado poner las manos sobre el rey Asuero. Pregunt? el rey: "?Qu? honor o dignidad se concedi? por esto a Mardoqueo?" Los j?venes del servicio del rey dijeron: "No se hizo nada en su favor." Continu? el rey: "Qui?n est? en el atrio?" - Justamente entonces llegaba Am?n al atrio exterior de la casa del rey, para pedir al rey que colgaran a Mardoqueo en la horca que ?l hab?a hecho levantar -. Los j?venes del servicio del rey le respondieron: "Es Am?n el que est? en el atrio." Dijo el rey: "Que entre." Entr?, pues, Am?n, y el rey le pregunt?: "?Qu? debe hacerse al hombre a quien el rey quiere honrar?" Am?n pens?: "?A qui?n ha de querer honrar el rey, sino a m??" Respondi?, pues, Am?n al rey: "Para el hombre a quien el rey quiere honrar, deben tomarse regias vestiduras que el rey haya vestido, y un caballo que el rey haya montado, y en cuya cabeza se haya puesto una diadema real. Deben darse los vestidos, y el caballo a uno de los servidores m?s principales del rey, para que vista al hombre a quien el rey desea honrar; y le har? cabalgar sobre el caballo por la plaza mayor de la ciudad gritando delante de ?l: "?As? se trata al hombre a quien el rey quiere honrar!" Dijo el rey a Am?n: "Toma al momento vestidos y caballo, tal como lo has dicho, y hazlo as? con el jud?o Mardoqueo, que est? en la Puerta Real. No dejes de cumplir ni un solo detalle." Tom? Am?n los vestidos y el caballo, visti? a Mardoqueo y le hizo cabalgar por la plaza mayor de la ciudad, gritando delante de ?l: "?As? se trata al hombre a quien el rey quiere honrar!" Despu?s Mardoqueo se qued? en la Puerta Real, mientras Am?n regresaba precipitadamente a su casa, entristecido y con la cabeza encubierta. Cont? Am?n a su mujer Zeres y a todos sus amigos cuanto hab?a pasado; sus consejeros y su mujer Zeres le dijeron: "Si Mardoqueo, ante el que has comenzado a declinar, pertenece al linaje de los jud?os, no podr?s vencerle, sino que sin remedio caer?s ante ?l." Estaban a?n habl?ndole cuando llegaron los eunucos del rey y llevaron a Am?n r?pidamente al banquete preparado por Ester. El rey y Am?n fueron al banquete de la reina Ester. Tambi?n el segundo d?a dijo el rey a Ester, durante el banquete: "?Qu? deseas pedir, reina Ester?, pues te ser? concedido. ?Cu?l es tu deseo? Aunque fuera la mitad del reino, se cumplir?." Respondi? la reina Ester: "Si he hallado gracia a tus ojos, ?oh rey!, y si al rey le place, conc?deme la vida - este es mi deseo - y la de mi pueblo - esta es mi petici?n. Pues yo y mi pueblo hemos sido vendidos, para ser exterminados, muertos y aniquilados. Si hubi?ramos sido vendidos para esclavos y esclavas, a?n hubiera callado; mas ahora, el enemigo no podr? compensar al rey por tal p?rdida." Pregunt? el rey Asuero a la reina Ester: "?Qui?n es, y d?nde est? el hombre que ha pensado en su coraz?n ejecutar semejante cosa?" Respondi? Ester: "?El perseguidor y enemigo es Am?n, ese miserable!" Am?n qued? aterrado en presencia del rey y de la reina. El rey se levant?, lleno de ira, del banquete y se fue al jard?n del palacio; Am?n, se qued? junto a la reina Ester, para suplicarle por su vida, porque comprend?a que, de parte del rey, se le ven?a encima la perdici?n. Cuando el rey volvi? del jard?n de palacio a la sala del banquete, Am?n se hab?a dejado caer sobre el lecho de Ester. El rey exclam?: "?Es que incluso en mi propio palacio quiere hacer violencia a la reina?" Dio el rey una orden y cubrieron el rostro de Am?n. Jarbon?, uno de los eunucos que estaban ante el rey, sugiri?: "Precisamente, la horca que Am?n hab?a destinado para Mardoqueo, aquel cuyo informe fue tan ?til al rey, est? preparada en casa de Am?n, y tiene cincuenta codos de altura." Dijo el rey: "?Colgadle de ella!" Colgaron a Am?n de la horca que hab?a levantado para Mardoqueo, y se aplac? la ira del rey.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Am?n se siente orgulloso de haber sido invitado s?lo ?l con el rey al banquete de la reina Ester. Su desprecio por Mardoqueo crece a?n m?s. Se siente seguro por el apoyo del rey y conf?a totalmente en s? mismo y en sus proyectos de venganza. Su esposa, Zeres, una mujer distinta a la reina Vast? y a Ester, es una mujer apagada e inconscientemente c?mplice de su marido y de sus amigos. Am?n lo prepara todo para asesinar a Mardoqueo. Pero "aquella misma noche, no pudiendo el rey conciliar el sue?o" (6, 1) pidi? que le leyeran las cr?nicas de los acontecimientos del reino. Entonces se da cuenta de que no hab?a recompensado en modo alguno a Mardoqueo por haberle revelado que hab?a una conjura. Llama, pues, a Am?n y le pide qu? es pertinente hacer para un hombre al que el rey quiere honrar. Am?n est? tan lleno de s? mismo que no piensa m?s que en ?l; ni siquiera le pasa por la cabeza que el rey piense en otro. As? pues, le dice al rey c?mo honrar al hombre en el que piensa el rey y termina por tener que honrar al "jud?o Mardoqueo". La suerte se invierte: "aquel que se ensalza ser? humillado y el que se humilla ser? ensalzado", repiten las Escrituras en varias ocasiones. Am?n pensaba controlar la situaci?n, cre?a poder gestionar al rey a placer y termina siendo como el ?ltimo de los siervos. El orgullo y el odio lo han cegado. Despu?s del homenaje a Mardoqueo, Am?n se refugia en casa embargado por la verg?enza y humillado ante sus amigos. Pero debe ir con el rey al banquete de Ester. ?sta, que parece no saber lo sucedido, habla abiertamente al rey pidi?ndole la vida y la salvaci?n de su pueblo, no sin indicar que el exterminio ser?a una p?rdida econ?mica para el rey. A la pregunta del rey: "?Qui?n es, y d?nde est? el hombre que ha pensado en su coraz?n ejecutar semejante cosa?" (7, 5), la reina contesta: Am?n. Entonces el rey monta en c?lera y va al jard?n. Am?n, dominado por el miedo, va al lecho de Ester para pedirle gracia por su vida, pero el rey, al verlo, piensa que "quiere hacer violencia a la reina" (7, 8) y lo condena a la misma pena que ?l hab?a previsto para Mardoqueo. El orgullo y la ira no llevan a la victoria sino a la derrota y a la muerte.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.